¿Recuerdas, amable lector, aquel sueño de Adolfo Suárez de elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle era simplemente normal? Algo así, salvando todas las distancias, hizo la sociedad civil valenciana el domingo 22 de mayo al concentrarse, a las 12 y bajo un sol de justicia –primavera mediterránea-, en la céntrica y central Plaza de la Virgen, reclamando libertad de educación.
La libertad de educación está en nuestras leyes, desde la Carta Magna a la más humilde norma de desarrollo, pues una norma inferior no puede contravenir a una de rango superior. Es decir, al reclamar libertad de educación la sociedad valenciana estaba reclamando el cumplimiento de la Ley. Cumplimiento de la Ley, algo que en democracia debería ser lo normal, debería ser políticamente normal. Pero, ya ven, no lo es. No lo es, en general, en la actuación del tripartito valenciano; no lo es, específicamente, en la “nueva” –que en el fondo es vieja, pues responde a planteamientos y prejuicios decimonónicos- política educativa valenciana.
La calle –eso que algunos llaman “la gente”, para despersonalizarla y para poder así dar la interpretación que interesa al mandamás de turno- demostró que defender la libertad es normal a nivel de calle; y debería serlo a nivel político, según el sueño de Suárez. La calle valenciana –como avanzadilla de la calle española, pues esto llegará antes o después a todas las comunidades autónomas y al conjunto de España- exigió a sus políticos que hicieran políticamente normal lo que a nivel de calle ya lo era: la libertad de educación es un derecho constitucionalmente reconocido y positivamente desarrollado en nuestro ordenamiento jurídico, y por lo tanto, debe respetarse y cumplirse mientras esté vigente.
La concentración fue un éxito. Un éxito no sólo por las más de 40.000 personas que salimos a la calle a defender cívica, pacífica y democráticamente nuestros derechos; un éxito no sólo porque demostramos –una vez más- que para manifestarse rotundamente no hace falta destrozar contenedores y mobiliario urbano, ni cometer actos vandálicos ni “quemar” las calles; un éxito no sólo porque la protesta –lúdica y festiva, a la par que reivindicativa- congregó (reunió y re-unió, literalmente) a toda la comunidad educativa: padres, alumnos, profesores, personal de administración y servicios, titulares de los centros; un éxito no sólo porque acaparó la atención de los medios de comunicación, cuando parte de ellos –y más cuanto más grandes son o creen ser- ignoraba la problemática educativa; un éxito porque el tripartito no se enteró de nada y despachó el asunto con tres declaraciones vacuas, calcadas, ciclostiladas.
Quizá te haya sorprendido esto último, amable lector. Sí, la reacción de la Administración educativa autonómica forma parte del éxito de la concentración. Sí, porque es la respuesta lógica de quien se ha quedado sin respuesta. Han tenido que acusar el golpe: tendrían preparada una respuesta de manual para una concentración de unos pocos miles de personas –como ocurrió en las diferentes concentraciones que precedieron a ésta (y habrá muchas que le seguirán)-. De repente se vieron desbordados y sorprendidos. ¿Y ahora qué decimos, cómo respondemos? Tiraron del manual del mal político, del político intelectualmente perezoso, del político acostumbrado al slogan, del político adicto al tópico y al prejuicio, del político soberbio del aquí mando yo ahora: fue una manipulación, fue un acto preelectoral, ¡si hasta pidieron la dimisión del Conseller de Educación! (la gran “prueba”). Desgraciadamente, esta respuesta sí que es políticamente “normal”. Y esa petición espontánea de la masa concentrada, no de los organizadores ni del manifiesto oficial, ¿no respondería más bien al hartazgo y la indignación de los que padecemos su política?
Esta gente, estas políticas y políticos –no es, obviamente, una concesión a la maldita, nefasta y nefanda corrección política: políticas (acciones) y políticos (personas)- trasnochados, no se ha enterado de nada. Piensan todo en clave de “política” –minúscula, como de tamaño de fuente 2 o 3-, demostrando así, sin darse cuenta –traición del subconsciente y justicia histórica-, que sus mareas verdes, sus movidas naranjas del “Ciutat de Cremona”, no eran más que puras acciones “políticas”, protestas forzadas en muchas ocasiones –y desde luego ni cívicas, ni pacíficas, ni democráticas (en sentido estricto y etimológico)-. No se han enterado de que quienes defendemos la educación concertada, como un derecho y un ejercicio de libertad, vamos muy en serio. Cuando hablamos de educación, nosotros estamos hablando de personas, de su futuro, y de sus derechos y libertades; y después todo lo demás: números, ratios, programas, curriculum.
Por eso fue un éxito sorprendente la concentración. Sorprendente, por inesperado, por inusual, no por falto de razón o lógica. Tenemos derecho y derechos, tenemos razón y razones, tenemos libertad y la ejercemos, queremos justicia y la reclamaremos. Aquí no hay “política” partidista, y menos aún electoral -¿o cree la Administración que si no hubiera elecciones los padres nos habríamos quedado en casa sin defender nuestros derechos? ¿No recuerdan que desde julio del año pasado ya estamos criticando su “política”, denunciando sus excesos verbales, alegando y recurriendo las normas que no nos parecen ajustadas a Derecho?-. Aquí la única “Política” que hay es similar a la que propuso Suárez en los albores de la Transición: que lo que a nivel de calle es normal -los padres, como primeros responsables de la educación de nuestros hijos, tenemos derecho a elegir el tipo de educación y el centro escolar que deseamos para ellos- se convierta en políticamente normal.