El verdadero lenguaje inclusivo es el que se emplea en la Familia. Es el que acoge, respeta, alienta, acompaña, ama sin condición. El que se compromete con lo que vale la pena, por encima del egoísmo y de la comodidad a corto plazo. Es el que corrige con cariño, el que propone y no impone, el que escucha para comprender antes de juzgar para demostrar que lleva la razón.
El lenguaje inclusivo es el que no necesita autodenominarse de tal forma, el que no gradúa ni descarta el valor de la vida y la dignidad humanas en función de las capacidades o las enfermedades, el que comparte y se ofrece antes de acumular, el que se proyecta en los demás para intentar mejorar el entorno.
El verdadero lenguaje inclusivo no entiende de jugar a cambiar vocales, de arrobas, de equis, de clasificarlo todo en función de los criterios que las modas ideológicas pretenden imponer dependiendo de la época. Es atemporal y universal. Tiene en cuenta a todos porque todos lo somos. Es la Familia.
Utiliza más gestos que palabras, más perdón que acusación, más sonrisas que ceños fruncidos. Entiende perfectamente que la opinión es opinable, que el ejercicio de la libertad conlleva equivocaciones, pero que la persona por sí misma siempre es merecedora de respeto. Jamás excluye de la conversación al diferente, puesto que cada uno de nosotros lo somos, y no habría entonces conversación posible.
El lenguaje inclusivo es consecuencia natural del esfuerzo personal por alcanzar las virtudes, y no una realidad exógena que se aprende en manuales llenos de nuevas definiciones para conceptos que expresan realidades preexistentes. Es la Familia que cuida a sus miembros, es el matrimonio que se complementa y persigue el bien común respetando las individualidades, son los hijos que nacen y se crían en el marco de un proyecto estable de vida en común, los abuelos que acogen desde la experiencia y el cariño, la generosidad que no se condiciona por las peculiaridades de cada cual, el hogar cálido e imperfecto.
Volvamos a contemplar la Familia como fuente de tantas cosas buenas, como motor del engranaje de una sociedad que persigue la prosperidad, como primer agente de la verdadera inclusión.
Hablemos bien de las cosas buenas.
Javier Rodríguez
Director general del Foro de la Familia