Marta Mata ha sido nombrada presidenta del Consejo Escolar del Estado después de abandonarlo hace dos años en protesta porque el PP «no permitió debatir en profundidad» la Ley Orgánica de Calidad de la Educación (LOCE). Su recuperación al frente del máximo órgano consultivo educativo es todo un símbolo de cambio.
Desde el despacho de Marta Mata se divisa el monumento a Colón con el fondo del puerto de Barcelona. Es un lugar austero y pulcro, como ella misma. En algún momento dice: «Yo ya soy mayor», pero transmite todo lo contrario: energía y jovialidad.
Pregunta. ¿Cómo se produjo su salida del Consejo Escolar del Estado?
Respuesta. Fui miembro del Consejo Escolar del Estado desde el momento de su fundación. Asistí al proceso de elaboración del reglamento interior para ver cómo se podía mejorar la participación, pero sobre todo asistí a un trabajo muy hermoso: el trabajo de la Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE) que el ministerio que dirigía José María Maravall se había tomado en serio. Lo dejé hace dos años, cuando la Ley Orgánica de Calidad de la Educación (LODE) pasaba por el Consejo.
P. ¿Cree que el PSOE debería haber paralizado por completo la LOCE?
R. No conozco muy a fondo el funcionamiento de la Administración central. Creo que ahora la conoceré mejor, dada mi nueva situación. Es muy posible que yo hubiera paralizado el calendario de aplicación para así dar tiempo a recuperar el espíritu de la LOGSE, aunque me temo que esto no sea muy popular. Creo que en este momento debo guardarme mis opiniones, ya que estoy en un puesto en el que debo favorecer que florezcan todas las opiniones y procurar que se produzcan acercamientos entre ellas. Para elaborar la LOGSE, Maravall, antes de enviarla a las Cortes, en 1987 envió el proyecto de ley a todas las escuelas de España y pidió a todos los grupos, movimientos, sindicatos, etcétera, que informaran sobre aquella propuesta; una vez recogidas en símbolos todas las opiniones, las imprimió y las volvió a repartir a los mismos que se las habían enviado junto con el Libro Blanco y junto con un estudio económico. Era la primera vez que en España se hacía una ley de un modo nuevo. No era puramente una ley de los grupos políticos, sino que obedecía realmente a la participación marcada por la Constitución.
P. ¿Por qué la LOGSE acabó generando tantos problemas?
R. Los problemas llegaron cuando empezó a funcionar la secundaria en 1996. En aquel momento la situación cambió doblemente: por un lado, todas las autonomías ya tenían las competencias traspasadas, y por otro lado, empezó a gobernar el Partido Popular. El nuevo modelo ponía en un mismo centro no sólo niños diferentes que habían estado separados, sino a profesores de bachillerato, de formación profesional y maestros. De modo que, o se hacía con un tacto extraordinario, o corría peligro. Y yo diría que se hizo con poco tacto. No en todos lados. Los problemas se han producido con las instituciones grandes, antiguas, públicas y especialmente en zonas urbanas conflictivas, que no han tenido ni una autoridad educativa que velara por ellas una por una, ni la posibilidad de que el municipio interviniera, porque los municipios no tienen competencias. Todo esto queda ahora muy lejano. Pero cuando hace dos años dimití del Consejo, yo sabía que durante cuatro años el PP había dejado que la situación se pudriera, y cuando obtuvo la mayoría absoluta argumentó que la gente estaba en contra de la LOGSE, cuando en realidad estaba en contra de la mala aplicación de una ley que en los lugares pequeños, en los lugares nuevos y en la escuela privada era buena. Por tanto, fue una desidia del PP, de no querer usar la escuela pública, lo que motivaba una nueva ley.
P. ¿Piensa que el Gobierno ha generado incertidumbre al parar la aplicación de la LOCE?
R. El próximo curso prácticamente no se pone en marcha nada nuevo. Para el siguiente se están dando tiempo. En este momento, el borrador de decreto existente es sobre el nuevo calendario. No se toca nada de la LOCE, sólo el calendario. Se dice: tal medida tardará dos años, esta otra otros dos… No tengo una opinión en profundidad, pero tampoco podría exponerla si la tuviera debido al cargo que ostento.
P. ¿Qué papel juega el Consejo Escolar del Estado?
R. Yo he aceptado, y así se lo dije a la ministra de Educación, María Jesús San Segundo, por dos razones. En primer lugar, por mi trayectoria vital, que incluye el hecho de haber estado presente en la definición, entre 1975 y 1976, de lo que debía ser la futura escuela pública, que entonces era muy futura, y en la que se daba prioridad a que fuera muy participativa. La otra razón es que considero que no está bien definida la situación de las autonomías, que ahora ostentan todas las competencias en materia de educación. Le dije a la ministra que desearía llegar a ser la presidenta del Consejo Escolar del Estado de las Autonomías.
P. ¿Iba la LOCE, promovida por Pilar del Castillo, en sentido contrario?
R. Era, sin duda, una retirada al centralismo. Porque la LOGSE hablaba de mínimos, no fijaba las horas que debían dedicarse a cada materia, establecía un sistema de tercios: el Estado central fijaba un tercio, la autonomía, otro y el propio centro, el restante.
P. ¿Cuál es su posición sobre la enseñanza de religión en la escuela?
R. Es curioso, en este país la educación en la religión ha sido obligatoria desde el inicio. A tu hijo se le enseñaba obligatoriamente el catecismo desde 1850 hasta 1931. No había concepción de escuela laica. Luego, los primeros que dijeron que la escuela debía ser laica, la República, perdieron la guerra. Y los segundos somos estos desventurados socialistas que de vez en cuando perdemos el Gobierno y de vez en cuando lo tenemos. Ahora lo hemos vuelto a coger. El argumento de la religión en la escuela es una vergüenza nacional y también religiosa. Yo, como maestra cristiana, cuando he querido hacer educación religiosa he ido a la parroquia, he hecho catecismo y he aconsejado a los padres de las escuelas en las que he trabajado que vayan a la catequesis de la parroquia. La religión principal de la escuela es la de la convivencia, del civismo, y en la escuela deben aprender a convivir distintas creencias y convicciones. Éste es el objetivo de la escuela. De la escuela pública, indefectiblemente, pero yo diría que de toda la escuela.
P. ¿Cómo se conjuga la religión con la integración de decenas de miles de alumnos de procedencia inmigrante y de creencias diversas?
R. Hay que pensar con qué criterios se puede hacer entender a los niños que cada uno tiene su religión, cuando resulta que el Estado ha querido hacer los funerales de unos asesinatos como los del 11-M sólo en una catedral católica y con un rito católico. Llevamos siglos de retraso y no nos damos cuenta. Estas cosas sólo las ven los niños, mucho mejor que los mayores.
P. ¿Qué calendario prevé para rehacer el modelo educativo?
R. No puedo prever un calendario, aunque sí imagino el proceso que me gustaría seguir. Estoy acostumbrada, desde los tiempos de mi madre, que era maestra de la Mancomunidad de Cataluña [la institución que precedió a la Generalitat de 1932] e iba a las escuelas de verano, a valorar el trabajo y las peticiones que hacen los maestros en su conjunto, especialmente las de carácter pedagógico.
Por ejemplo, en tiempos de la República la escuela de verano que reunía a los profesores acababa cada año con una propuesta que la Generalitat podía convertir en decreto; sobre la enseñanza de la lengua, sobre el civismo, sobre la nueva escuela unificada, sobre un sinfín de temas. Para mí el proceso que deberíamos seguir ahora debería volver a ser un proceso de vivificación. En este momento, España tiene una pequeña red importante de movimientos de renovación pedagógica. En 1983 convencí al ministro Maravall para hacer un primer congreso de renovación pedagógica. No es sencillo, pero para mí es el camino, a través de un buen trabajo de futuro que tuviera como resultado que el Consejo Escolar de cada comunidad autónoma no sólo hiciera lo que le pide la ley, el informe anual de cómo está la enseñanza en su ámbito, sino que haga uno de las aspiraciones del mundo educativo.