Vivimos en la era de los nuevos valores, de la redefinición de las virtudes para amoldarlas a los nuevos hábitos y costumbres sociales. Del ánimo de negar absolutos para desmentir que haya verdades objetivas que nos permitan identificar lo que es bueno y lo que no para así poder actuar en consecuencia. Se trata de amoldar esas realidades a lo que hacemos libremente, y no al revés como venía siendo costumbre desde el origen de la cultura occidental. “La libertad os hará verdaderos”, decía intencionadamente cierto ex presidente del Gobierno. Toda una declaración de intenciones, que desgraciadamente está calando en nuestra sociedad como podemos constatar en cada debate público.
¿Cómo podremos identificar qué es honradez, rectitud, integridad o coherencia si no son absolutos e ideales atemporales que suponen un Bien intrínseco que nos precede, desligados por completo de nuestra propia voluntad? ¿Si, como en la actualidad, existe un catálogo de valores a la carta que podemos trocear y amoldar a nuestro gusto? La respuesta tiene tanto de lógica como de claridad: no podremos.
Rectitud de ánimo, integridad en el obrar. Así es como la RAE define el término ´honradez’. La propia definición ya hace alusión a otros dos absolutos: rectitud e integridad. Si aceptamos como axioma la filosofía de “la libertad nos hará verdaderos”, estos términos poco nos importarán. Puesto que hagamos lo que hagamos, siempre que sea libremente, será verdad y por tanto bueno, recto, íntegro y honrado. Y como las variables de lo que hacemos libremente son infinitas, habrá infinitas concepciones de bueno, recto, íntegro y honrado.
Un ejemplo de las consecuencias de este problema lo vemos estos días en nuestra sociedad. Se piden cabezas de políticos por haber copiado en tesis, por no haber ido a clase, por conseguir títulos de máster de forma irregular, por mentir en el currículum, etc. Es totalmente legítimo si la base de esas críticas es la falta de una honradez (y por tanto, de rectitud y de integridad) exigible a cualquier persona que trabaje representando a sus conciudadanos.
Lo que es curioso es que esa misma falta de honradez no se reconozca por la sociedad en acciones de los mismos sujetos mucho más graves y de profundo calado moral, como por ejemplo que, en aras de garantizarla “inclusión” y la “pluralidad” en la enseñanza, se anuncien medidas que excluyen ciertas modalidades educativas y restringen libertades fundamentales de padres y profesores; que, proclamando la causa feminista, no se ponga remedio a la lacra de la pornografía o de las esclavas sexuales; que, ante un invierno demográfico abrumador, no se incentiven medidas que faciliten y promuevan la maternidad, la familia, la crianza de los hijos y los valores del compromiso y la solidaridad intergeneracional; que, proclamándose defensores de la tolerancia y de la libertad de expresión, intenten instaurar un discurso único que censura y aparta al que disiente; que se enorgullezcan de una “sociedad inclusiva” en la que los bebés con posible discapacidad son discriminados desde antes de nacer, ampliándose el plazo legal para abortarles… Y podríamos seguir, pero esto es un artículo y no un ensayo.
Es curioso que del catálogo de posibles significados de honradez, rectitud e integridad, la sociedad haya aceptado por unanimidad que éstas significan no copiar, pero poco más.