AYER el Papa canonizó al padre Manyanet, inspirador del templo de la Sagrada Familia de Barcelona, la gran creación del arquitecto catalán Gaudí, quien también se encuentra en proceso de beatificación. El verdadero sentido de ese acto litúrgico nos lo ofrecía el catedrático de la Facultad de Teología de Salamanca, Olegario González de Cardedal, en un artículo magistral aparecido el viernes pasado, paradójicamente, en el diario «El País». Recordaba, entre otros acontecimientos históricos, aquello que escribió Unamuno sobre el templo durante su visita a Joan Maragall en Barcelona: «A la gloria de Dios se alzan las torres», y luego se atrevía a formular, sin concesiones hacia galerías debilitadas, una defensa inteligente, sincera y valiente sobre la familia, así como un alegato contundente, comprensible y respetuoso contra su trivialización.
¿Por qué, se pregunta González de Cardedal, ha perdurado el pueblo judío con tal dignidad y fecundidad cultural pese a tanto dolor y genocidio? Además de la respuesta teológica, el académico y sacerdote encuentra otra «a ras de tierra y de tejado». El pueblo judío perdura porque en él han sido sagradas la realidad de la familia y de la madre, la de la casa y la del libro, la memoria y la identidad. «Sin familia no hay arraigo en la existencia; sin el amor que ella ofrece la libertad es mera soledad desesperanzadora; sin el cobijo que ella emite no hay implantación gozosa ni germinación creadora en el mundo». Una de las cosas que más me sorprendió de Zapatero fue cuando hace dos años, en el verano de 2002, cogió al Partido Popular con el pie cambiado lanzando un atractivo programa de impulso de la familia, por un lado, y de la seguridad ciudadana, por otro, al tiempo que anunciaba que no subiría los impuestos. Por lo que respecta a la familia, es probable que esas limpias promesas dichas entonces se conviertan en agua de borrajas; o las transforme en esa especie de «barra libre» ya anunciada, que no es otra cosa que la trivialización de la familia a la que se refería González de Cardedal en su artículo de «El País».
La familia es el pilar de la sociedad, algo muy simple: una especie de compañía de socorros mutuos, para los creyentes unión sagrada, compuesta por una mujer, un hombre y los hijos de ambos. Es probable que existan otros modelos familiares distintos o extravagantes, pero el que entendemos todos por familia, con sus variables que van produciéndose a lo largo de la vida, es el que debe impulsarse y protegerse. La igualdad nada tiene que ver con la confusión, el papel de la madre no es el mismo que el del padre, los hijos es bueno que tengan un modelo masculino y otro femenino. La libertad no consiste en la disolución de la familia, en la ausencia de reglas morales o en el rechazo de la autoridad legítima de los padres. Y, por ultimo, la fraternidad, esa escuela de solidaridad que se va forjando día a día entre los hermanos que conviven bajo un mismo techo, es difícil que pueda desarrollarse en familias en las que apenas hay hermanos.