La opinión pública en ocasiones navega entre malentendidos y aproximaciones, y con frecuencia el rigor de la reflexión se difumina ante las pasiones y los miedos que rodean a la muerte. Incluso, entre el personal sanitario se encuentra quien no domina bien los múltiples aspectos que entran en juego en la gestión del final de la vida. El tratamiento sobre el asunto de la muerte, en nuestra sociedad, está más orientado a escapar de la cuestión que a hacerla frente de forma seria y decidida; y, en la actualidad, dicho tratamiento está siendo dominado por la cuestión de la eutanasia.
Los cuidados paliativos cuidan de la vida de las personas. Estos cuidados no tienen como objetivo la muerte, sino que cuidan la vida mientras ésta llega a su tiempo, evitando el sufrimiento. La eutanasia es, por el contrario, la provocación de la muerte de una persona que padece una enfermedad avanzada o terminal a petición expresa de ésta y en un contexto médico. El suicidio médicamente asistido es cuando la actuación del profesional se limita a proporcionar al paciente los medios imprescindibles para que sea él mismo quien se produzca la muerte. Es muy importante tener en cuenta estas definiciones para reflexionar antes de opinar.
“Doctor, yo no quiero seguir viviendo así”. Cuando alguien hace esta petición debe ser considerada generalmente como una demanda de mayor atención y suele desaparecer cuando se soluciona el “así”. El enfermo pide ayuda y, si no comprendemos el sentido profundo de su petición, determinamos que desea la muerte.
Ante un paciente en situación de final de vida, lo que se hace o se deja de hacer con la intención de prestarle el mejor cuidado permitiendo la llegada de la muerte, no solo es moralmente aceptable sino que muchas veces llega a ser obligatorio desde la ética de las profesiones sanitarias. Pero cuando algo se hace o se deja de hacer con la intención directa de provocar o acelerar la muerte, entonces corresponde aplicar el calificativo de eutanasia.
El deseo de morir bien es una legítima aspiración de los seres humanos. Este deseo nos obliga a los profesionales de la salud a ayudar a nuestros enfermos a que mueran bien, sin sufrimiento alguno.
«No quiero vivir así». La clave es tratar el «así»
¿Por qué una persona enferma solicita la muerte? ¿Verdaderamente desea la muerte? ¿Cuál es la demanda auténtica de un agonizante que pide la eutanasia? Cuando un enfermo dice: “¡Acabemos con esto!”, ¿cómo podemos comprenderlo? ¿Quiere decir que acabemos con su vida?, ¿o que acabemos con ese dolor insoportable que padece?, ¿o con su angustia?, ¿o con su soledad?
Detrás de la petición “quiero morir” hay un trasfondo que significa “quiero vivir o morir de otra forma”. La tentación de la eutanasia, como solución precipitada, se da cuando un paciente solicita ayuda para morir y se encuentra con la angustia de un médico que quiere terminar con el sufrimiento del enfermo porque lo considera intolerable y cree que no tiene nada más que ofrecerle. Los médicos debemos estar preparados para escuchar algo más que una petición de morir, porque para aliviar su sufrimiento debemos hacer un control adecuado y enérgico de los síntomas que le hacen sufrir; debemos evitar aquellos tratamiento que son inútiles en esa situación clínica y que les provocaría más sufrimiento que la propia enfermedad; y si aún no hubiéramos conseguido aliviar su sufrimiento, recurriremos a la sedación paliativa para garantizar una muerte serena y en paz. Aunque de todo ello se pudiera derivar un adelantamiento no buscado de la muerte, ninguna de estas actuaciones serían prácticas eutanásicas si lo que buscan es eliminar el sufrimiento de la persona sin tener que eliminar a quien lo sufre. Una ciencia médica que necesita de la eutanasia tiene que transformarse tan pronto como sea posible en una medicina que procure cuidados cuando ya no hay curación.
Dr. Jacinto Bátiz
Director del Instituto para Cuidar Mejor del Hospital San Juan de Dios de Santurce (Vizcaya)