En estos días es frecuente comprobar cómo las fachadas de distintas sedes públicas están “adornadas” con la bandera arco iris del colectivo autodenominado LGTBI, con motivo de la celebración del llamado “orgullo”.
Merece la pena reflexionar sobre estos hechos que pueden parecer meramente festivos y anecdóticos, pero que reflejan algo mucho más preocupante y de largo recorrido: el lento crecimiento del nuevo totalitarismo de género que amenaza libertades básicas en nuestras democracias.
Convertir en enseña cuasioficial, a través de su colocación en edificios públicos, la bandera representativa de una ideología particular es algo que hasta ahora solo habíamos visto en los momentos previos a la toma del poder por parte de partidos totalitarios o nacionalistas extremos que preconfiguraban así lo que poco después se consumó: la conversión de las enseñas partidistas en símbolos oficiales del Estado porque el Estado había sido absorbido por un partido político totalitario.
¿Son comparables estos fenómenos históricos con lo que sucede hoy con la
bandera arco iris de los ideólogos de género y sus organizaciones representativas? Con todos los matices que se quiera, la respuesta es positiva: nos amenaza (y ya desde hace algún tiempo) una nueva tentación totalitaria de color arco iris.
Es evidente que en épocas pasadas –y aún hoy en otras latitudes- ha habido una discriminación y persecución injustas contra las personas homosexuales y que bajo la bandera arco iris se ha luchado loablemente contra esas ignominias históricas; pero ese hecho no puede hacer olvidar que bajo esa bandera hoy se defiende una ideología muy particular que no tiene ningún derecho a ser privilegiada en una democracia, pues tan legítimo es defenderla como no compartirla.
Los organismos e instituciones públicas se equivocan y minan nuestro sistema democrático al institucionalizar simbólicamente una ideología que muchos no compartimos pero que sobre todo nadie nos puede obligar a compartir ni a identificar con las instituciones de todos.
La ideología de género defiende, legítimamente en una sociedad pluralista, una determinada visión de la sexualidad y, en consecuencia, una agenda política particular en materia de matrimonio, familia y educación con opciones de las que es legítimo discrepar, pues en materia de sexualidad hay
diversas concepciones en nuestra sociedad y amparadas por la libertad ideológica y religiosa que nuestra Constitución blinda como derechos fundamentales. Al menos con la misma legitimidad que las ideas sobre sexualidad que se simbolizan con la bandera arco iris, existen otras como, por ejemplo, las que se inspiran en la tradición humanista de la vieja sabiduría sobre el hombre de raíz greco-cristiana.
¿Qué legitimidad tiene cualquier cargo público para identificar la institución que preside con una ideología particular sobre sexualidad? Ninguna. ¿Qué autoridad tiene un alcalde o presidente de CA para oficializar como bandera institucional la representativa de una particular ideología sobre tema tan susceptible de diversas opiniones como lo referente a la sexualidad? Ninguna. ¿Cómo se debe calificar la asunción por una institución democrática de los símbolos de una particular ideología partidista? Como síntoma de una deriva totalitaria.
Si vamos más allá de los símbolos y las anécdotas, podemos comprobar que esta amenaza totalitaria es una realidad. En España, 16 de las 17 CCAA han aprobado leyes que suponen la imposición totalitaria de los postulados ideológicos de género con carácter general a toda la sociedad –con especial intensidad en materia de educación- como si lo que representa la bandera arco iris formara parte del consenso constitucional.
El respeto a todas las personas, sin excepción, es un deber moral para cualquier ciudadano, ya que, de lo contrario, estaríamos ante un ejemplo de discriminación. Discrepar de opiniones concretas (que, por su propia definición, son opinables) o no compartir determinadas ideologías no es discriminación, y lo recordaremos las veces que sea necesario.