Hace unos días publicamos un breve artículo sobre la estabilidad matrimonial, lo que ésta representa para la pareja en sí, para cada uno de los que la forman y para los hijos.
A continuación cabría preguntarse si la sociedad civil en su conjunto y los individuos que la componen son plenamente conscientes de lo que representa la solidez del matrimonio en la construcción del futuro de una sociedad más fuerte y justa.
¿Son más felices las sociedades que aceptan el fracaso matrimonial, la ruptura del compromiso, como una opción normal frente a las dificultades que puedan surgir en el ámbito de la vida matrimonial? A tenor de los estudios sociológicos, parece que no. Algo está fallando y los problemas no se arreglan al disolverse la familia.
La estabilidad conyugal es precursora de la generación y el sólido desarrollo de nuevas vidas así como creadora de vínculos basados en el cariño filial que son los más potentes lazos de solidaridad y comprensión interpersonal que conoce la humanidad y que contribuyen a fomentar el respeto hacia los que piensan diferente.
Hablamos, por tanto, de la educación en valores, cuyo principal núcleo de actuación reside en la familia y en su estabilidad. El individuo que se ha educado en un entorno afectivo estable está en condiciones de transmitir capacidad de disciplina en el cumplimiento de las normas legales y sociales y estabilidad emocional al resto de la sociedad.
El marco legal en todos sus ámbitos de actuación debe ser especialmente activo para apoyar aquello que conviene a la sociedad. Y para esto es de particular significación la estabilidad matrimonial, por tanto, debe promoverla y apoyarla en su propio beneficio y la sociedad civil demandarlo a los poderes públicos.