Educar es desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven. La palabra ‘educación’ deriva del término latino ‘ducere’ que significa guiar. Por tanto, educar es conducir a alguien en el conocimiento.
Sin embargo, esta tarea de guía sigue presentando dificultades para los padres y los docentes ya que no se sabe muy bien el modo en que se ha de hacer puesto que cada persona es distinta y no existen reglas fijas para todos.
Educar es humanizar. Nacemos personas pero aprendemos a ser humanos, sociales, morales a través de la educación.
La familia es el primer contexto en el que un niño es educado, es escuela de amor y aprendizaje, por tanto, los padres son los primeros y principales responsables de su educación. La familia es el ámbito de mayor protección y crecimiento del niño.
“No hay en toda la sociedad otra realidad educativa, en sí y por sí misma, que contenga un real poder educativo de efectos tan penetrantes, tan amplios y duraderos, tan connaturales, además, con el educando”, en palabras de don Pedro Juan Viladrich.
En este sentido hay que desterrar un hábito social muy extendido y pernicioso: el miedo que muchos padres tienen a sus hijos. Cierto es que la educación ha cambiado mucho desde la época de nuestros abuelos o incluso de nuestros padres donde imperaba el patriarcado. Hoy, sin embargo, la situación se ha invertido de tal manera que hay en un filiarcado, son los hijos los que marcan el rumbo de muchas familias y se hace urgente y necesario un cambio en este sentido; no es lo mismo la permisividad que la tolerancia.
La familia es el contexto donde se aprenden los valores y se forja la personalidad. Y los padres tienen la obligación para con sus hijos de darles una correcta formación en valores que los construyan como personas libres, autónomas, maduras, responsables, sólidas y solidarias.