Es el signo de nuestros días. Vivimos presa del desconcierto, de la inestabilidad, que se visualizan gráficamente en nuestra situación política, pero que en realidad es algo más profundo y que notamos cada uno en nuestra esfera personal y en nuestro día a día.
No es de extrañar que desde el relativismo imperante, una gran mayoría de los ciudadanos opten por obrar de la manera que consideran que obtendrán mayores beneficios, sin importarles si sus actos son éticos o morales y, mucho menos si afectan negativamente a terceros. Si “todo vale”, tonto el último.
Esto lleva a que a quienes creemos –sabemos- que esto no es así, que el fin no justifica los medios y damos la cara por los valores verdaderos, por la familia, por el compromiso, nos pongan la cara roja o llevemos en la parte posterior de la camisa algunas puñaladas. Algunas por personas que comparten, supuestamente, nuestras ideas y posturas.
Allá ellos. El plato de lentejas con que suelen pagarse estas hazañas no es sino pan para hoy y hambre para mañana. Porque trabajar por la familia, por la vida, y por la libertad no depende de las posturas de moda, que pasarán, a pesar del gran daño que están haciendo a la sociedad.
Si cedemos ante estos aires, contribuimos gravemente a la inestabilidad y al desconcierto de la sociedad. Por nuestra parte, sin ninguna duda, mantendremos en alto nuestras banderas. Seguiremos hablando bien de las cosas buenas, por una sociedad sólida y estable.