Decía el poeta que la infancia es la patria de un hombre. Es el momento de los descubrimientos, de la sorpresa, la inocencia… Una etapa fundamental para el desarrollo de las personas, que los políticos y grupos de presión parecen obsesionados por arrasar.
¿Por qué hay este empeño desde los poderes públicos y diversas minorías en saltarse a los padres para educar a los hijos ajenos? ¿Por qué esa obsesión por controlar lo que deben pensar, incluso sentir los pequeños? ¿Qué necesidad hay de convertir a esos inocentes en activistas desde su más tierna infancia? La respuesta es simple, pero no por ello menos preocupante: la imposición de una única manera de ver la realidad, por supuesto, la suya, y la manera más directa y eficaz es el asalto de las conciencias de los menores, antes de que puedan desarrollar su propia personalidad y criterio.
Tergiversando argumentos universales e irrechazables como la tolerancia, el respeto y la no discriminación, arrogándose la verdad absoluta y despreciando y condenando sin juicio previo al que se atreve no ya a discrepar, sino tan sólo a objetar o apuntar algún aspecto. Si no tragas la rueda de molino eres un ‘Xfobo’. Lo que toque en ese momento. Son la moda, y no seguir las modas te convierte en el ‘raro’ de turno.
En este escenario, los padres comprometidos sobran. Es más, pueden molestar. Se comienza por reducirles a meros ‘guardadores’ de niños (Junta de Andalucía), en convertirles en seres totalitarios, agresivos, aburridos (que es lo peor que puede ser una persona para nuestra juventud), cortarrollos… En resumen: el enemigo. Se transmite una visión infantil de padres-ogro y se prolonga en el tiempo.
Los padres son (salvo excepciones patológicas), las personas que mejor conocen a sus hijos, los que más los van a querer y quienes realmente pierden la vida cada día –a poquitos o a chorros- por ellos. Lógicamente, tienen el derecho y el deber de ayudarles en su crecimiento, no sólo físico, asegurándose de su bienestar, sino también de su educación.
Digamos «¡basta!», ejerzamos nuestros derechos
Pero la conciencia de los pequeños es demasiado golosa. Crear un mundo a su imagen y semejanza es demasiado bueno para dejarlo escapar por ese puñado de ‘plastas’ que no ceden en la defensa de sus derechos –y los de sus hijos-. Por eso, se trata de puentearlos. Se bombardea con excepciones tristísimas, con sentimentalismos que anulen la razón, que no haya tiempo para la reflexión y el análisis. En un mundo donde la velocidad de la información y el ritmo de vida nos deja todo en titulares, se busca una educación express. Por supuesto en manos del Estado, es decir, del partido de turno y sus simpatizantes.
Programas como SKOLAE en Navarra son el súmmum de la invasión de la esfera de lo privado por parte de los poderes públicos. Un programa de ‘coeducación’ que asalta todos los aspectos del ser humano, convirtiendo a la Administración en su dueño absoluto. Con una sobrexposición al sexo desde la cuna, imponiendo una visión propia de la realidad sin ningún tipo de contrapeso.
Perono sólo es SKOLAE, ni es sólo Navarra. Colectivos minoritarios luchan por controlar a una mayoría aborregada. Los partidos, todos los que tienen representación parlamentaria o gobiernan alguna región o localidad se han rendido. En aras del buenismo, por miedo a que se les llame retrógrados o intolerantes, muchos han dado carta blanca –y cheques en blanco– para que se incluyan materias, talleres, que, lejos del objetivo declarado -educar en la no discriminación, tolerancia y respeto-, adoctrinan a los menores.
Esto hace más importante que nunca que los padres digamos “¡Basta!”. Que asumamos la responsabilidad de saber qué se enseña a nuestros hijos, quién lo hace. No basta con aparcarlos en los colegios, debemos intervenir. La Educación es un derecho y deber de los padres que delegamos parcialmente en el Estado. No al revés. Ejerzámoslo.