Llegamos al día del padre de puntillas. Este año, además, ni siquiera es festivo, con lo que su celebración pasa aún más sigilosamente entre los quehaceres cotidianos de las personas… Igual que ocurre hoy en día en nuestra sociedad, en la que se pone en cuarentena –cuando no se condena– todo lo relacionado con lo masculino.
Y, sin embargo, la figura paterna, el hombre, es fundamental. No sólo en la familia, en la educación de los hijos, sino para el mismo funcionamiento de la sociedad. Los hombres y las mujeres somos diferentes, pero somos complementarios. El camino hacia el futuro pasa por hacerlo de la mano. El enfrentamiento nos debilita, nos deshumaniza.
Frente a los cambios sociales, la figura, el rol del hombre está cambiando. Se está pasando del padre, esa figura autoritaria y respetada al papá. Al papi que decimos en nuestra campaña #papiaki. Un hombre concienciado de su quehacer, y corresponsable de su hogar y sus hijos. Un hombre que NO ayuda a la mujer con las labores domésticas, sino que es tan responsable como ella de la buena marcha del hogar.
Hoy el padre ya no es el cazador que tenía que proveer de alimento al hogar mientras la mujer cuidadaba a la prole y cocinaba. Las circunstancias de nuestro estilo de vida hacen que casi siempre sea imprescindible que ambos trabajen para poder mantener la familia. O sencillamente, ambos padres quieren trabajar por la satisfacción y desarrollo personal que el trabajo conlleva. Por eso, ahora el flanco desprotegido son los hijos.
Necesitamos medidas desde el Gobierno y desde las empresas que favorezcan la conciliación, la convivencia. Por supuesto. Pero también necesitamos parar y mirarnos a nosotros mismos para apostar por ambas. Porque la familia empieza por nosotros mismos.
