COLOMBIA Y EL ABORTO. RETORNO A LA BARBARIE.

por | Feb 23, 2022 | Artículos, Demografía, Destacadas, Noticias

La Corte Constitucional de Colombia, con 5 votos a favor y 4 en contra, acaba de sentenciar que los bebés de hasta seis meses de vida intrauterina no tienen protección legal alguna. Que pueden ser eliminados, sin motivo alegado, sin más. Ya sean mujeres u hombres, da igual, no se les considera seres humanos tan siquiera.

Cualquier tirano (o tirana, o tirane) puede promulgar leyes o decretos inhumanos, lo cual es siempre denunciable, pero lo más preocupante es que haya entre la población civil quienes, a estas alturas de la Historia, sigan aprobando dichas resoluciones tiránicas, secuestrados por ideologías trasnochadas que tantos siglos de progreso costó superar.

Esta sentencia es fruto de la presión de organizaciones autodenominadas “feministas para la protección de la vida de las mujeres”. De nuevo, el lenguaje biensonante disfrazando un contenido radicalmente opuesto al significado de sus palabras.

“Feministas”, se autodenominan. No es cierto. El aborto es una solución machista a un problema de todos. El aborto es la garantía última de la irresponsabilidad sexual del varón que gracias a él deja en manos de la mujer toda la responsabilidad de las relaciones sexuales: gracias al aborto el varón se desentiende de las consecuencias de su actividad sexual abocando a la mujer a abortar (y es ella quien cargará con el peso moral, sicológico y vital de esta decisión) o a asumir las consecuencias (la responsabilidad sobre el niño) en caso de no hacerlo.

El aborto sí que es “violencia de género” contra la mujer. Cuando se legaliza el aborto, la mujer se puede ver sometida a todo tipo de presiones para abortar recayendo sobre ella la “responsabilidad” de liberar a todo su entorno de la responsabilidad sobre la vida en marcha en su interior.

“Para la protección de la vida de las mujeres”, añaden como coletilla. Cuando la ley permite a los libres disponer de la vida de los esclavos, a los padres de la vida de los hijos recién nacidos, a los hombres de la vida de la mujer, a los arios de la vida de los judíos, a los blancos de la vida de los negros o a las embarazadas de la vida de sus hijos no nacidos…; no se trata del derecho a decidir de los libres, los padres, los hombres, los arios, los blancos o las embarazadas, sino de la denegación del derecho a la vida de los esclavos, los recién nacidos, las mujeres, los judíos, los negros o los aún no nacidos. Disfrazar el acto de acabar con la vida de inocentes con la envoltura de una medida “para la protección de la vida” es tan antiguo como inhumano, como falaz, como condenable sin peros.

Las leyes permisivas del aborto crean estructuras de violencia estructural sobre la mujer para que aborte que no existirían con carácter general si el aborto no fuese legal. Esta es experiencia común en muchas mujeres que han abortado: no fueron libres, sino que acudieron al aborto presionadas por un entorno que solo les ofrecía esa “solución” a sus problemas.

La legalización del aborto introduce en nuestro ordenamiento jurídico la violencia como forma legítima de resolver problemas y esto afecta a toda la sociedad por el efecto pedagógico de las leyes.

El aborto legal supone que el Estado asume que no debe proteger la vida de un grupo de seres humanos, los no nacidos. Se degrada así el compromiso ético y humanista del Estado, la sociedad en su conjunto y el Derecho. Y esto siempre tiene consecuencias (negativas).

Acabar con la vida de un ser humano no es un derecho, de nadie. El único derecho es el del bebé, a vivir. Tampoco es una cuestión de mujeres o de hombres, puesto que de lo que hablamos es de un hijo, con un padre y una madre. Ninguna madre, y ningún padre, tiene la potestad para dictar sentencias de muerte a inocentes, tampoco a sus propios hijos.

Disfrazar el aborto como progreso es una falacia propia de fanáticos ideológicos. No hay nada más progresista que una sociedad respetuosa con la vida y la dignidad humanas, una sociedad que cuide y proteja a los más indefensos. Oponerse a leyes injustas con la vida y la dignidad no es propio de fanáticos, sino de progresistas. Ejemplos hay de sobra en la Historia, de personas que se enfrentaron al poder establecido, en contra del consenso mayoritario, para denunciar auténticas barbaridades que en aquellos momentos eran aceptadas y permitidas por las leyes. El progresismo consiste, en origen, en defender la libertad individual. No hay libertad posible sin vida. No hay libertad posible si discriminamos el valor de la vida de terceros en función de su etapa de desarrollo.

Colombia, no permitas que la Historia te recuerde como el adalid del retorno a la barbarie en pleno siglo XXI. Estás a tiempo de construir una sociedad mejor, más humana. A la población civil de Colombia, y del mundo entero, me dirijo. No permitamos que destruir tantos avances en humanidad, a lo largo de los siglos, sea algo de lo que enorgullecerse, ni siquiera por unos pocos desgraciados.

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