El pasado viernes 21 de septiembre tuve el honor de ser invitado por el Seminario Newman a hablar en la Universidad de Granada sobre Libertad de Educación, en un acto promovido en colaboración con el Foro de la Familia de Granada.
Hablé, como no podía ser de otra manera tratándose del tema en cuestión, de la necesidad de cambiar radicalmente el mal llamado sistema “educativo” español, de la necesaria despolitización de la enseñanza, del igualmente necesario respeto a la libertad de los padres y de los centros docentes, del principio de subsidiariedad del Estado y de la obligatoria neutralidad ideológica del mismo.
A raíz de esto último y, dado que estaba en Granada, compartí con los asistentes varios ejemplos que demuestran esta falta de neutralidad ideológica así como la imposición de una perspectiva particular de la sexualidad e identidad del ser humano a todos los menores andaluces, independientemente de la opinión de sus familias. Les leí textos literales del II Plan de Igualdad de Género, de la asignatura “Cambios Sociales y Relaciones de Género” y del protocolo de Identidad de Género, documentos todos ellos elaborados por la Junta de Andalucía y de obligatoria implantación en las escuelas de la Comunidad Autónoma.
He de agradecer el respeto a mi libertad de expresión ofrecida por todos los asistentes, en particular a cinco de ellos que por sus gestos de desaprobación y eslóganes en su vestimenta, me dieron a entender que no estaban de acuerdo con el necesario respeto a la libertad que ponía de manifiesto en mi intervención, pero aún así escucharon en silencio de forma educada.
Fue en el turno de preguntas cuando uno de ellos, después de unos minutos que aprovechó para hacer apología “LGTBI” y generar algo de revuelo en el patio de butacas, me preguntó por fin que cómo voy a educar a mis hijos ante la realidad de las distintas orientaciones sexuales. Y, por si a alguno de ustedes le pudiera interesar o ser de utilidad, mi respuesta fue la que sigue:
“Les voy a educar de la misma manera en la que me gustaría que todos los padres del mundo educaran a sus hijos, es decir, basándome en el respeto profundo a todas y cada una de las personas, ya sean éstas heterosexuales o no, españolas o extranjeras, creyentes o ateas, mayores o menores, piensen como piensen y se organicen la vida como se la organicen. Porque todos tenemos, sin fisuras, exactamente la misma dignidad.
Pero aprovecho para recalcar que de lo que aquí estamos hablando es de respetar la libertad de enseñanza y de que el Estado no asuma, y mucho menos imponga, puntos de vista determinados y de fuerte carácter ideológico. No se trata de un enfrentamiento entre homosexuales y heterosexuales, sino de respetar la libertad a la hora de aceptar o no una concepción de la identidad del ser humano basada en el autoconcepto, en la autodefinición, en la que prevalece lo que cada uno diga o sienta que es sobre los criterios objetivos. Lo relativo sobre lo absoluto. Precisamente, por hablar de libertad, respetemos la libertad de adherirnos o no a esa concepción de la identidad de la persona, pero no toleremos que los poderes públicos la asuman como indiscutible y, como he dicho, mucho menos la impongan a nuestros hijos por encima de nuestros derechos y libertades.”
Que hayamos tolerado durante más de cien años que los poderes públicos nos pisen nuestro derecho a educar a nuestros hijos (lo que engloba la enseñanza y la escolarización) no implica que tengamos que seguir permitiéndolo. Si las familias no hacemos nada, nada conseguiremos.