Vivimos una época en la que todo el mundo habla de amor, de amar a quién se quiera, amar cómo se quiera e incluso de amar a cuántos se pueda. En las encuestas, el amor sigue siendo algo que valoramos sobre todo lo demás. Sin embargo, cada día aumenta la confusión entre amor y alguna de sus partes, derivados o sustitutivos.
Por ejemplo, en una guía de afectividad y sexualidad de un colectivo que acude a dar charlas sobre esto a los institutos, se resalta que la promiscuidad no es mala. Pero no es amor. Se nos venden modelos de personas como triunfadores por haberse acostado con 5.000 mujeres u hombres -o de los dos sexos-, de haberse casado 4 o 5 veces o haber convivido con otras tantas parejas. Pero no es amor.
Si miramos a estas personas a los ojos o a quienes siguen su ejemplo, se ve que no son felices. Que por tu cama pase tanta gente como por la avenida de una gran ciudad no te llena. Estás cosificando a esas personas, convirtiéndolas en objeto de tu propio placer. Y lo mismo hacen ellas contigo. Y eso no es amor. Genera un vacío que no se puede llenar, la necesidad de ir a más, de no parar para no mirar lo solo que estás en realidad. No hay amor.
El amor es mucho más que el enamoramiento, con el que tan a menudo se confunde. El amor es mucho más que la pasión, que el deseo. El amor no se agota, se descuida. Es cierto que la convivencia lo hace cotidiano, pero no por ello es peor. Es un amor maduro, de compenetración, en el que ya no hacen falta casi ni palabras para saber lo que piensa, siente o necesita el otro. Es un amor de entrega, de salir de ti, de ser felices juntos, no sólo tú. Es un amor que acompaña, que sostiene, que escucha. Es un amor que te hace más fuerte. Un amor del que nacen y en el que criar a los hijos.
Pero es un amor que te saca de ti. Por eso, en una sociedad hedonista y egoísta, infantil, el amor se percibe como un enemigo, como algo malo. Desde el feminismo se acusa al «amor romántico» de ser el culpable de la violencia contra la mujer, y de que ésta se produzca cada vez entre parejas más jóvenes. No se dan cuenta de que el problema no es el amor. Son sus sucedáneos, es su reducción al propio placer, y éste inmediato. Con la hipersexualización de la sociedad tenemos a adolescentes que deberían estar saliendo en pandilla, conociendo amigos y amigas y disfrutando de su amistad y compañía, que lo único que buscan es sexo sin más. No es amor. Y en la medida en que estos jóvenes, todavía en desarrollo y en un momento especialmente vulnerable, ven al otro como objeto de placer, le cosifica y se ve como una propiedad. Y no es amor.
Este ‘amor’ no da para más. Por eso, aspiremos al amor verdadero, auténtico. Que no nos roben lo ideal, lo perfecto, por reducirlo a momentos de placer o mariposas en el estómago. El Amor es todo eso, pero mucho más. Es amor, nada menos.