Cuando el pasado 11 de marzo, la Comunidad de Madrid planteó el cese de las actividades lectivas presenciales en todos los Centros educativos, como medida preventiva ante el avance inexorable de la pandemia sanitaria del COVID-19, abrió la puerta a una nueva realidad inédita en nuestro sistema educativo: la suspensión de la asistencia de los alumnos a los Colegios en período lectivo, proponiendo fórmulas de teleformación o formación on line. A Madrid le siguieron de forma inmediata el resto de Comunidades Autónomas y el Presidente del Gobierno anunció el 14 de marzo, la declaración del Estado de alarma, con importantes medidas de contención en todos los ámbitos económicos y sociales.
En tres días, los Centros educativos concertados tuvieron que replantear toda la organización de una actividad sumamente compleja, como es la actividad educativa con cientos de miembros afectados: profesores, personal de administración y servicios, alumnos y padres. Y con el objetivo de estar a la altura de las circunstancias, como corresponde a nuestro espíritu y nuestros valores, manteniendo la calidad educativa y la atención a todos sin discriminación.
Pasadas varias semanas desde estas medidas, pretendo un hacer un sencillo repaso de lo que ha supuesto toda esta transformación en los Colegios concertados, especialmente, en los de ideario católico.
Desde el punto de vista organizativo, las primeras actuaciones a nivel interno fueron de nivel estructural y organizativo. ¿Cómo podemos pasar de un funcionamiento presencial a uno virtual en tres días?¿Tenemos capacidad para actuar en formato plenamente on line?
Evidentemente, fueron unos días de extremo trabajo para lograr dar las orientaciones e instrucciones precisas a todos los estamentos de los Centros, con el obstáculo de la indefinición de las Resoluciones dictadas por las Administraciones competentes, normas que iban siendo derogadas y superadas por otras nuevas con un lapso de horas.
Finalmente, se pudo diseñar un programa solvente de trabajo basado en la teleformación, primando la atención a los alumnos de niveles de enseñanza como el Bachillerato (por la importancia de la EBAU y los estudios superiores) y la ESO (por la relevancia de la titulación en GESO), pero sin olvidar a los alumnos de Primaria y 2º ciclo de E. Infantil.
El comportamiento de todo el personal de los Centros fue excepcional, como un único cuerpo. Había que demostrar que los valores del Proyecto Educativo no eran palabras mojadas.
Desde el punto de vista pedagógico, las diferentes Direcciones Pedagógicas, Coordinadores de etapa, Jefes de Estudio, Departamentos, … actuaron de manera urgente para lograr transformar las Programaciones tradicionales presenciales, en Programaciones basadas en la teleformación, utilizando las Plataformas digitales de comunicación y aprendizaje (“Educamos”, “Alexia”, “Pedagogía Interactiva”, …) que la mayoría de Colegios ya utilizaban como medio de relación con alumnos y padres. Gracias a estas Plataformas y a la experiencia acumulada en los últimos años, se pudo rediseñar el canal de aprendizaje. Pero pedagógicamente, el cambio no era tan simple como pudiera parecer a simple vista. No se trataba de enviar contenidos y trabajos telemáticamente, usando el mismo modelo que se utilizaba para la impartición de clases presenciales. La transformación era mucho más profunda y comportaba modificar los criterios de aprendizaje, los criterios de evaluación, las explicaciones adecuadas de las distintas materias, recibir el feedback de los alumnos y los comentarios de los padres, conocer la realidad y dificultades que podían tener las familias para adecuarse al nuevo esquema formativo, …
En este sentido, pronto fuimos conscientes de que no se podía enviar demasiado contenido y tareas a desarrollar por los alumnos, pues existía el peligro de “atragantamiento”, de provocar una innecesaria ansiedad en las familias, especialmente en un momento de incertidumbre e inseguridad social muy especiales. Por ello, las instrucciones desde las Direcciones de los Centros fueron: serenidad, mesura en las tareas que se envíen, seguimiento personalizado de cada alumno, contacto con las familias que pudieran tener mayores dificultades, ofrecimiento de ayuda (cuentas y acceso gratuito a todos a las Plataformas de comunicación o estableciendo un sistema de préstamo de equipos informáticos a cargo de los propios Centros).
En este punto, hay que señalar que todos los docentes merecen un reconocimiento sonoro. Sus jornadas laborales se alargaron hasta lo inimaginable y el “teletrabajo” se convirtió en un “trabajo continuo”, con interminables sesiones delante del ordenador. Pero se consiguió estar, una vez más, a la altura de las circunstancias.
Desde el punto de vista pastoral, los Coordinadores de Pastoral vieron la manera de aprovechar este momento vital tan especial para los alumnos, desarrollando materiales para reflexionar y profundizar en el sentido de toda esta experiencia: agradecer lo que somos y tenemos, valorar los pequeños detalles de la “rutina” que nos parecía tan aburrida y ahora nos resulta un sueño (salir a la calle, jugar con los compañeros y amigos, abrazar a nuestros familiares, viajar, …), buscar la manera de ayudar a los demás transmitiendo esperanza, sintiendo el dolor de los que han perdido un ser querido o padecen la enfermedad, confiando en un Dios que nunca abandona a sus hijos, tomando conciencia de nuestra vulnerabilidad, orando, viviendo en familia.
Y desde el punto económico y jurídico, los Centros concertados católicos han buscado desde el primer momento, encontrar la manera de causar el menor perjuicio a trabajadores y familias (alumnos y padres). Por ello no se optó por practicar ERTE, ni proceder a la extinción de contratos laborales en todas aquellas actividades que seguían operativas mediante teletrabajo y teleformación. Respecto a los servicios complementarios (fuera del módulo de concierto) como el comedor o el transporte, la imposibilidad de mantener su prestación provocó la adopción de otras medidas, como la suspensión temporal de contratos, con la devolución de cuotas de forma proporcional y la paralización de nuevos recibos.
Respecto a las aportaciones voluntarias o donaciones que muchas familias realizan a favor de las entidades titulares de los Centros concertados, y su posible mantenimiento o no durante la suspensión de clases presenciales, en el caso de los Colegios católicos hay que señalar que éstas no suponen una cuota por una contraprestación concreta. Es decir, no generan un derecho a recibir un servicio determinado, sino que son una forma de colaborar con los fines propios de la entidad titular del Colegio. Estos fines generales son generalmente educativos, pero también sociales o asistenciales. Los centros católicos destinan estas donaciones a actividades o acciones que benefician a todos, sin discriminación
En estos momentos de crisis sanitaria e inactividad económica, hay muchas familias que van a necesitar apoyo social y el Centro educativo católico es una Comunidad educativa, sabiendo que los centros concertados no reciben los fondos necesarios de la Administración educativa.
En suma, sin las «aportaciones» o «donaciones» de las familias, la continuidad del Proyecto Educativo se verá seriamente comprometida. De ahí, nuestra llamada a que las familias que puedan y deseen seguir colaborando, lo hagan. Desde la responsabilidad de cada uno, desde la solidaridad con los demás y con la comunidad educativa.
Entre todos, conseguiremos estar a la altura de las circunstancias.
Luis Centeno Caballero
Secretario General Adjunto Escuelas Católicas