Para ello se sirve de la ciencia ficción, que busca un futuro científicamente perfecto que traiga la felicidad, y que se olvida del componente humano y espiritual del individuo que hace que no todo pueda ser controlable. Es lo que sucede a los protagonistas de “Nunca me abandones” (2010), donde Mark Romanek crea un universo -a partir de la novela de Kazuo Ishiguro- tan sugerente como preocupante. La historia se inicia en un internado inglés, donde viven niños que han sido concebidos -clonados- para aprovechar sus órganos cuando lleguen a la juventud, con trasplantes que curen diversas enfermedades. Después de dos o tres “cumplimientos” (donaciones), morirán… a no ser que alguien se convierta por un tiempo en “cuidador de donantes”, o que haya un “aplazamiento” si una pareja se tiene amor auténtico y eso es verificable.
En ese peculiar internado se alojan Ruth, Kathy y Tommy, tres amigos inseparables que viven el despertar de la afectividad entre dudas, celos y desencantos, y que terminarán distanciándose con el tiempo, un poco por amor y otro envidia. Ahora -en la primera secuencia- mientras Kathy asiste a Tommy en el quirófano en su último “cumplimiento”, ella nos dice que se ha convertido en“cuidadora”… para después abrir
Después de dos o tres “cumplimientos” (donaciones), morirán… a no ser que alguien se convierta por un tiempo en “cuidador de donantes”, o que haya un “aplazamiento” si una pareja se tiene amor auténtico y eso es verificable.se un largo flash back en el que evoca aquellos años. Sabremos que entre ellos surgió el amor… superando los celos de Ruth, y que lucharon por sobrevivir al plan prefijado para ellos, que se negaron a ser considerados objetos a los que se niegan los sentimientos y la libertad. El cuadro moral que se nos presenta es realmente espeluznante a la luz de un pretendido desarrollo científico que se ha olvidado de la ética. Por momentos, parece que los originales son menos humanos que las copias, y no sabemos qué se esconde tras esa trama oscura y mezquina.“Nunca me abandones” (2010), donde Mark Romanek crea un universo -a partir de la novela de Kazuo Ishiguro- tan sugerente como preocupante. La historia se inicia en un internado inglés, donde viven niños que han sido concebidos -clonados- para aprovechar sus órganos cuando lleguen a la juventud, con trasplantes que curen diversas enfermedades.
Una perspectiva terrorífica y dolorosa
Aunque el director prefiere conducir al espectador por la trama romántica, el aspecto ético-médico resulta muy interesante y adecuado para el debate. Causa pavor contemplar a dónde puede llegarse con una manipulación genética sin barreras morales, puesta al servicio de los poderosos. Una vez más, la ciencia ficción nos alerta a la degradación a que conduce una ambición desmedida, en este caso, buscando una longevidad indefinida o una ausencia de dolor. Plena de sensibilidad, ternura y melancolía, la cinta rastrea con acierto el mundo de los afectos desde la inocencia de la infancia hasta la inseguridad de la adolescencia o la capacidad de sacrificio de la juventud, todo gracias a un buen trabajo interpretativo de todo el reparto y a una intimista y evocadora puesta en escena.
El guión nos habla también del miedo a lo desconocido y a la soledad, del dolor aceptado y del tiempo desaprovechado, con unos “dibujos de creación” que quieren ser baza para transportarnos al imaginario infantil y para atisbar inquietudes espirituales. En esta trágica y triste historia, el espectador experimenta la rabia ante la indefensión, y le entran ganas de gritar junto a un Tommy desesperado en medio de la carretera -tremendo instante de dolor- que descubre que toda la vida ha sido una gran mentira, o de llorar con Ruth en el quirófano… a la espera de que alguien dictamine que es el momento de desenchufarla porque ya no es útil, porque vivir sin esperanza y sin amor se ha convertido en la auténtica “finalización” (muerte). En realidad, todo parece haber sido un montaje de quienes se creyeron en posesión del poder de dar el alma y de decidir si unos individuos la tenían o no. Es, en definitiva, el triunfo del materialismo y del individualismo, cultivados sin moral ni humanidad, sin tiempo para comprender lo vivido ni para descubrir la verdadera felicidad.