Dicen que no hay evolución sin crisis y que de las crisis se sale reforzado. Que estamos ante una de ellas, muy grande y de índole sanitario, es evidente. La más evidente de las que estamos atravesando en la actualidad.
Las opciones que tenemos ante ella se pueden resumir en dos, de forma muy generalizada: rebelarnos contra la naturaleza -otra vez más- o afrontarla como una oportunidad. De la primera opción difícilmente saldrá alguien reforzado.
Una oportunidad para no dejarse llevar por la histeria viral (con perdón) de audios y vídeos a modo de bombardeo ‘whatsaperil‘ y de profundizar en aquellas lecturas sosegadas y aficiones que siempre nos requieren más tiempo.
Una oportunidad para no atarse virtualmente a un mundo irreal y para sí preocuparse por las personas con las que convivimos, para construir más hogar, para cimentar más profundo los pilares de nuestra familia.
Una oportunidad para comprobar que la voluntad del ser humano no es tan omnipotente como las ideologías de moda falsamente proclaman, sino que, a la hora de la verdad, somos igual de frágiles y de humanos, pensemos como pensemos. Una oportunidad para descubrir, si es que aún no lo habíamos hecho, que aquí estamos de paso y que lo que merece la pena en la vida es cuidar a los nuestros, es vivir para los demás y no para uno mismo.
Una oportunidad, en definitiva, para comprobar, agradecer, cuidar y dedicarse a todo aquello que es verdaderamente importante. Para recolocar nuestra escala de valores, nuestras prioridades. Una oportunidad para volver a ser aquello que siempre fuimos y siempre seremos: la Familia.