Mucho se escribe y se comenta sobre la brecha salarial, el techo de cristal, la necesidad de empoderar a la mujer. Año tras año, el INE publica sus encuestas sobre población activa, y se aprecia con claridad como el mayor número de empleos a tiempo parcial son desempeñados por mujeres; como la mayor parte de puestos directivos los ocupan hombres; y como el poder adquisitivo medio de las mujeres es inferior al de los hombres. No obstante, y como ya se está empezando a comprobar, la diferencia no está en ser hombre o mujer, sino entre ser hombre o mujer y ser madre.
Porque al final, son las madres las que mayormente ocupan puestos a tiempo parcial, o se ven apartadas del mercado laboral cuando deciden dedicar unos años al cuidado de sus hijos. Y todo ello, evidentemente, incide en los sueldos y en las posibilidades de desarrollo profesional.
Así, parece que las mujeres que somos madres nos encontramos la mayor parte de las veces ante una drástica elección. O renunciar a gran parte del tiempo con y para nuestros hijos para poder desarrollar nuestra carrera profesional; o renunciar a nuestra carrera profesional y enfrentarnos a una situación de precariedad laboral y económica para dedicarnos más activamente a ellos.
En el contexto feminista y de ideología de género actual, parece que la propia idea de dedicar tiempo a los hijos es sinónimo de represión. Cuando casi siempre es lo que gran parte de las madres buscan.
Pero con un equilibrio. Poder tener desarrollo profesional y poder pasar tiempo con sus hijos. Ello no es represión, es algo casi consustancial a nuestra naturaleza de mamíferos. Tampoco supone alienarse y renunciar a todo lo que implica ser mujer para pasar solo y exclusivamente a ser madre. Pero indudablemente, cuando los hijos son pequeños, nuestra naturaleza nos pide dedicarles mayor tiempo y atención.
El mayor empoderamiento de una mujer pasa precisamente por la libre elección de ser madre, de dar vida. Y los esfuerzos deberían ir orientados a favorecer y a proteger ese empoderamiento; no a coartarlo hasta crear una situación de estrangulamiento. La prueba de ello es la bajísima tasa de natalidad en España (1,23 hijos por mujer, cuando la tasa de reposición es de 2.01 hijos).
¿Hijos sinónimo de represión?
Mucho se habla, se estudia y se compara sobre el mantenimiento del Estado de Bienestar y todo lo que ello implica: sanidad pública, educación básica y gratuita; mantenimiento del sistema de pensiones y ayudas a la dependencia. Elementos que es necesario reestructurar, pero que en cualquier caso no llegarán muy lejos sin nuevas generaciones que aporten valor y riqueza a nuestra sociedad. Y eso pasa por fomentar y apoyar la maternidad.
Resulta increíblemente injusto que las mujeres madres que decidimos dedicar más tiempo a nuestros hijos nos encontremos con que solo nos ofrecen puestos de trabajo para los que muchas nos encontramos sobrecualificadas; la mayor parte de esos puestos marcados además por la precariedad: falta de cobertura social, empleos temporales y sueldos ridículos.
Parece que se castiga esa libre elección. Me he encontrado en varias entrevistas con caras de compasión cuando digo que para mí es prioritario estar por las tardes con mis hijos. Pero también cuando se lo comento a gente de mi entorno. Cómo si me dijesen «no te has enterado de la película, si quieres tener un trabajo en condiciones no pidas estar por la tarde con tus hijos». Cómo si las mujeres que pedimos eso fuésemos unas flojas que no queremos trabajar más de la cuenta o se nos hubiese ido un poco la cabeza por el cuidado de los hijos.
El valor que aporta una madre a la empresa
No. Sé lo que hay en el mercado. Sé que en absoluto soy floja. Solo sé que mi prioridad ahora son mis hijos, pero que quiero y necesito desarrollarme profesionalmente. ¿Es tan difícil adaptarse a modelos mucho más exitosos como el nórdico? Por que esa absurda necesidad de calentar la silla? Somos mucho más eficientes con horarios más racionalizados.
Y a todo ello se une el enorme valor que una madre aporta a la empresa. En primer lugar, porque con su puesto de trabajo contribuye a sostener a su familia, a sus hijos, que son en sí mismos un valioso activo para la sociedad. En segundo lugar, por el sentido de mayor eficiencia, de responsabilidad, al depender sus hijos de ese trabajo. Ser madre no solo no debería ser un lastre para que las empresas contraten; sino al revés, deberían ser las primeras a las que contratar. Por la cantidad de valores, aptitudes y competencias que se desarrollan por el simple hecho de ser madre.
Que el empoderamiento de la mujer deje de hacerse en términos igualitaristas que no conducen a soluciones reales. Que pase por el verdadero motivo de poder de una mujer: su capacidad y su elección de ser madre. Y que los esfuerzos de poderes públicos, empresas y del conjunto de la sociedad se Oriente a proteger y a favorecer a las que estamos contribuyendo a acabar con el envejecimiento de la sociedad, a las que estamos aportando un valor real, único e indiscutible: nuestros hijos.
Irene Pardo
Madre de 3 hijos.
Licenciada en Derecho