Dice Saint Exúpery que el amor es lo único que crece cuando se reparte. La educación para el amor es enseñar a niños y jóvenes que amar a alguien es querer su bien, por encima del nuestro. Y no es equivalente a tener relaciones sexuales.
La sexualidad humana tiene un sentido y un significado que tiene que ver con lo que el cuerpo puede expresar, y está hecha para expresar algo muy grande. Tan grande que es decirle a alguien, con el cuerpo, que nuestra vida es suya para siempre. La sexualidad humana hace visible lo invisible. Lo visible es la intimidad. Lo invisible es compartir nuestra vida. Porque el amor es una entrega, pero no una entrega cualquiera, sino una entrega de personas.
La sexualidad ordenada y bien entendida ayuda al ser humano a gestionar sus sentimientos y emociones, y a tener una vida plena y feliz.
Tener relaciones sexuales con alguien no es como ir al cine, o comerse un helado. No es una opción de ocio más. Porque siempre deja huella. Es un arma poderosa, que contribuye a aumentar la propia felicidad, o a destruirla. De ahí la importancia de una educación para el amor y para la entrega, para construir una familia y para acoger, en esa familia a los hijos y a los amigos, y compartir con ellos esa felicidad. La promiscuidad sexual, trae consigo problemas físicos y enfermedades mentales, como ansiedad y depresión, y termina por romper al ser humano en mil pedazos.
Los padres y los educadores han de saber qué conocimientos necesitan transmitir a las nuevas generaciones y cómo hacerlo, siendo clave para conseguir este objetivo una pedagogía de la educación de la sexualidad, que integre áreas tan complejas y difíciles en este momento como la adicción a la pornografía, a las drogas o al alcohol. Y las nuevas generaciones necesitan tener a su lado alguien que pueda responder a las inquietudes profundas de todo corazón adolescente sobre el amor humano, la persona y su destino.
Micaela Menarguez
Directora del Máster de Bioética de la UCAM