Esta semana hemos vivido con horror cuatro casos de violencia en el ámbito familiar. Dos de ellos de violencia contra la mujer que han terminado en 4 muertes; el tercero, una madre que se lanzó con su hija pequeña por la ventana y que se encuentran hospitalizadas. Por último, una anciana que asesinó a su marido con un plato. Cuatro casos terribles, que no pueden quedarse en una fría estadística que siga alimentando medidas ideologizadas que se han demostrado inútiles.
Y es que detrás de esos números hay muchos dramas. Hay familias destrozadas, abuelos, hermanos, amigos que no entienden nada o que se culpan por no haber intervenido a tiempo. Hay rabia, frustación, miedo… Pero, sobre todo, quedan los hijos. Niños que han visto la peor cara del ser humano, la que lleva a matar al otro sin importar las consecuencias o lo que dejan por el camino, sin pensar en esas personitas a las que deberían querer y cuidar y a las que han destrozado la vida. Niños que no sólo han perdido a su madre y han vivido una situación traumática, niños a los que se les ha robado la infancia y la inocencia.
Porque en la violencia contra la mujer hay un vacío y un egoísmo existencial tan grandes que absorben todo lo que tenía esa persona de humanidad. Y los pequeños aprenden esa lección -y convivirán con sus consecuencias– de la peor manera posible.
Por eso, la solución no pasa por buscar culpables. Pasa por buscar soluciones. Es evidente, pero no se está haciendo. Nos hemos acostumbrado a ver estas situaciones como lejanas, «las hacen otros», «yo nunca sería capaz». Por supuesto, hay quienes tratan de sacar provecho y buscan leyes que favorezcan a sus intereses o prejuicios. Y ahí tampoco habrá solución.
La solución debemos darla cada uno de nosotros. La única respuesta posible a esto pasa por la Familia. Por el hogar. Por padres que puedan pasar tiempo en casa, educando a sus hijos, no aislados con sus tablets, teléfonos o series. Necesitamos que la conciliación no sea sólo llegar a casa, sino una implicación plena por parte de los padres en la formación de sus hijos. Que no quede exclusivamente en manos de abuelos, cuidadores o profesores. Que se enseñe a los pequeños que no todo es ya, que no todo es bueno, y que nuestra voluntad no es ley. Que no hay derecho sin responsabilidad asociada. Que «nuestros derechos acaban donde empiezan los de los demás». Enseñar valores como el respeto, el compromiso… que tan lejos y tediosos se presentan hoy en día.
Hagamos que estos casos sean mucho más que estadísticas. Hagamos que sean historia.