No es nueva la tendencia que existe en diversos movimientos ideológicamente marcados consistente en el intento de apropiación de -o de identificación con- términos asociados con realidades positivas para así legitimar sus propuestas ante un mayor número de personas.
Así ocurre con gran parte de los llamados “nuevos valores” como diversidad, tolerancia, inclusión, sostenibilidad, etc. Términos que, en abstracto, todos deberíamos aceptar por las realidades a las que hacen referencia. La trampa está, precisamente, en la alteración de su significado para hacerlo coincidir con los objetivos colaterales de quien intenta adueñarse del término en cuestión. De este modo, quien no esté de acuerdo con esos objetivos colaterales, no estará de acuerdo con ese intento de apropiación del término, pero ya quedará marcado como disidente ante la opinión pública, por asociarlo injustamente como opositor al significado real del valor corrompido.
Algo así ocurre con el término “progreso”. Más allá de su definición en la R.A.E. (“acción de ir hacia delante”), su equivalente político sería el “progresismo”, nacido en el contexto de la Revolución Liberal del s.XIX. y cuya pretensión es la de profundizar, mediante reformas (el progresismo se ligaba al reformismo en sus orígenes), en la libertad del individuo, privilegiándola sobre la libertad económica.
Pues bien, estamos viendo en España cómo determinadas corrientes de tinte comunista o socialista se autodenominan progresistas, a pesar de caracterizarse precisamente por lo contrario, es decir, por ensalzar lo colectivo sobre lo individual. He ahí la trampa, la manipulación del significado del término para intentar identificarse con él.
Si defender la libertad individual es progresista, necesariamente la defensa de la vida humana, sin injerencias de terceros, es progresista. No hay libertad individual posible sin reformas encaminadas a la protección y promoción de la vida. Sin un respaldo social sólido a aquellas personas más vulnerables, especialmente al principio y al final de la vida.
La libertad individual podría restringirse justificadamente, de este modo, cuando de su mal uso se derivasen acciones que pusieran en peligro otras libertades individuales. Esto justifica la restricción de la libertad para quien quiera emplearla en acabar con la vida de otra persona, por ejemplo. Porque hasta el liberalismo más extremo tiene sus límites basados en realidades objetivas y ajenas a la voluntad humana.
Esta semana celebramos que en Ecuador ha sido rechazada por la Asamblea Nacional la despenalización del aborto para casos de malformación del feto, incesto y violación. Desde el Foro de la Familia trasladamos nuestra más sincera enhorabuena a todos los ecuatorianos por el ejemplo y el buen trabajo plasmado en esta votación con resultado progresista.
Progresista por defender la vida y la libertad de todos los ecuatorianos sin excepción, sin discriminación por sus capacidades o estado de salud, sin discriminación por los crímenes que hayan cometido sus padres.
Es necesario aprender del ejemplo de todos los países -cada vez más- que avanzan hacia el respeto y protección del principal y más básico de todos nuestros derechos: la vida. Así como avanzar en políticas e iniciativas que asistan y ofrezcan apoyo y facilidades a todas las madres, más aún si éstas son víctimas de delitos sexuales. Para que ninguna de las dos vidas inocentes afectadas por la comisión de un delito tenga que pagar un precio que sólo corresponde al culpable.