Después de muchos años dedicados a la defensa de la familia, podemos decir que hemos adquirido una gran experiencia en los problemas que la aquejan y que en gran parte, aquella parte que depende de ella misma, tienen solución.
El 85% de los españoles vive en familia y aprecian la institución, digan lo que digan los lobbies de género y otras fuerzas que quieren disolver los vínculos familiares. Si esto es así, debería ser fácil hacer comprender a unos y otros cuáles son los problemas y los principales desafíos.
Pero esto no es así. Constatamos que existe una gran falta de formación sobre lo que es la familia, cómo se identifica a los que la atacan, cuáles son sus estrategias y cómo se pueden combatir.
En España hemos tenido ejemplos que certifican lo anterior. Vimos como por medio de ingeniería social se imponía un matrimonio entre personas del mismo sexo, por ejemplo, que nada tiene que ver con el matrimonio natural, ni en fines, ni en generosidad, ni, por supuesto, en medios. Simplemente fue una formidable operación política alimentada con muchos más recursos que los que nunca tendrán las políticas familiares y con un claro fin de desvirtuar las relaciones conyugales y, con ellas, debilitar la institución familiar.
Pero lo más llamativo, lo que nos debería hacer reflexionar, es la falta de formación de aquellos que deberían defender la familia y sus alrededores. Nos estamos refiriendo esta vez, pero no en exclusiva, a los políticos.
Vemos una y otra vez que, ante los ataques, no poseen los mínimos argumentos antropológicos para hacerles frente. Las ideologías antifamiliares son eso, ideologías, y por tanto, fáciles de desmontar porque no soportan la argumentación razonada y el sentido común les produce urticaria.
¿Cómo es posible entonces que ningún político profamilia eleve la voz cuando se producen tales ataques (que son diarios)? No creemos que sea por falta de valentía, muestras hemos tenido, sino más bien por falta de formación.
La institución matrimonial no se defiende porque no se sabe bien en qué consiste más allá de los lugares comunes. El matrimonio entre hombre y mujer no se defiende porque han conseguido arrinconar la unión conyugal en una especie de corralito sentimental donde cualquier opción es posible porque “lo importante es el amor”. La adopción de un niño por una pareja hombre-mujer no se defiende porque se ha confundido que el bien que está en juego no es el de los padres, sino el del niño que ha perdido a un padre Y a una madre, no a uno solo de ellos. Y así podríamos continuar con todos los temas de fondo que están desnaturalizando a la familia.
Urge entonces un plan de formación de los políticos que con buena fe quieran defender a la familia. No pueden defenderla “con lo puesto”, puesto que el debate es de una profundidad antropológica tal que requiere estímulo para encontrar nuestras lagunas, estudio para subsanarlas y reflexión para interiorizarlas.
El curso que viene tendremos que abordar este problema.