En el plano sociopolítico, la visión cortoplacista y los intereses partidistas, mezclados con la era de la imagen y la cultura de la inmediatez virtual, ya han conseguido alejarnos intelectualmente de la razón de ser de las cosas.
Estamos constantemente entretenidos en los debates que lobbies, medios y redes introducen con calzador (y con dinero) en la opinión pública. Todos ellos sobre consecuencias y efectos de otras consecuencias y efectos, ninguno sobre el origen o las causas primeras de los fenómenos a los que se aproximan.
Y así, día tras día, año tras año, hemos llegado al punto en que hablar de bienes absolutos a proteger es tremendamente difícil, por la necesaria reflexión que implica. Así es como poco a poco nos hemos alejado de las raíces que sustentan la civilización que tanto costó construir y cuyos beneficios hemos heredado. Los “nuevos valores”, vacíos y multiusos dependiendo de quien los nombre, ya han sustituido a las virtudes basadas en el perfeccionamiento de lo humano mediante hábitos respetuosos con la dignidad. ¿Dignidad? Otro concepto a rescatar, para poder entender tantas cosas que hoy no funcionan.
La familia, la maternidad y la natalidad son bienes a proteger y promover no porque su defensa ayude a sostener el sistema de pensiones (efecto), sino por el valor que en sí mismas poseen estas instituciones.
La vida humana es un bien a proteger y promover no por lo que cada vida aporta al conjunto de la sociedad (efecto), sino por el valor absoluto que en sí misma posee la vida.
La igualdad entre todas las personas independientemente de su sexo (o de cualquier otro factor) no es un bien a defender y promover para combatir las discriminaciones (efecto), sino por el respeto a la misma dignidad que tenemos todos los seres humanos.
Señalar los daños que el consumo de pornografía produce en la persona y en la familia es necesario no para reducir la ruptura de matrimonios o la violencia sexual (efectos), sino porque empobrecer la sexualidad humana utilizando a otras personas para lograr el fin de la propia satisfacción de los deseos es denigrante y atenta contra la dignidad.
La confusión es general. En muchos aspectos. Razonar, exponer y proponer ideas sostenidas con argumentos racionales no significa ánimo de prohibir. El concepto del amor, de la libertad, de la tolerancia o del respeto tampoco se salvan de estas arenas movedizas que el relativismo ha ido arrojando con palas sobre el suelo firme del humanismo.
Es difícil salir de la vorágine y pararse a pensar, a reflexionar. Pero todo lo que merece la pena en la vida cuesta esfuerzo. Hablemos bien de las cosas buenas, miremos a las causas y respetémoslas, porque los efectos positivos vendrán como consecuencia lógica, haciendo innecesarios los debates que tanto nos entretienen.
Javier Rodríguez
Director del Foro de la Familia