Querida hija Marta:
Hace dos días celebramos el día del Padre, y lo mejor del día fue -sin lugar a dudas- las risas de las dos hermanas tras leeros Mamá el cuento de antes de dormir, en la cama de Isabel. Ver cómo os miráis las hermanas, cómo se nota en vuestras caras lo que os queréis, y los felices que sois en casa, fue el mejor regalo para mí, como padre.
Y es que tu risa, tus exclamaciones de alegría, tus balbuceos y hasta tus llantos o enfados no sólo llenan la casa y nuestros oídos, sino a nosotros mismos de una forma particularmente plena.
Se te nota realmente feliz cuando ríes a carcajadas de esa manera que sólo lo haces cuando Mamá te hace carantoñas; cuando te quedas inerme y rendida entre mis brazos cuando te aprieto fuerte y te lleno de besos, como una esponja de mimitos; o agitas piernas y brazos, parloteando emocionada, cuando tu hermana juega contigo.
Nos llena como padres verte así. Qué otra cosa puede desear un padre y una madre que hacer felices a sus hijos, y más a tí, que es una responsabilidad especial que Dios ha querido para nosotros, que da un sentido particular a nuestras vidas. Y es que Dios, por los motivos que sólo Él sabe, ha querido que nazcas, y que nazcas con Síndrome de Down. Por ése orden, además.
Cada minuto contigo aleja más aquellos momentos amargos y terribles, que apenas hacen dos años sucedieron, pero que ya parecen siglos. Aún así, cuando te veo la cara irradiando felicidad, riendo, canturreando, a veces me vienen a la memoria aquellas palabras que nos helaron la sangre, pero no la ilusión: malformaciones, seguramente el corazón no soportaría el embarazo, la posibilidad de abortar voluntariamente… a veces esa sugerencia vino de personas bien intencionadas (otras no), pero seguro que no eran conscientes de lo que decían. Y menos si ahora te viesen…
O aquella pregunta terrible: “si el bebé viene cómo viene,¿no prefieres que no llegue a nacer?”. Jamás acepté la pregunta: ¿cómo te iba a mirar a la cara si realmente llegabas a nacer -como fuese- pensando que un momento preferí quizá que no nacieses? En mi mano no estaba tu destino, dependería del plan que tuviese Dios para tí y para nosotros. Así, y gracias a que Mamá es una persona extraordinaria (no podías haber tenido otra mejor, que lo sepas), vivimos una espera angustiosa, mientras veíamos cómo las malformaciones se reducían y tu corazón terminaba de formarse, y pasaban los meses más críticos.
Con ese panorama, el Síndrome de Down, te puedes imaginar, era un asunto muy secundario, como creo que realmente es. Isabel, tu hermana, no es aún consciente de qué significa eso. Y nosotros, en el día a día, tampoco. Eres como eres, nuestra Marta, y te queremos con locura, y tú a nosotros. Y el resto importa poco, la verdad.
Tienes ahora 16 meses, guapísima, rubita, alegre, tranquila. Aún no gateas, ni reptas, y te queda aún mucho para andar… cosas de la hipotonía propia de ese tercer cromosoma 21, que a su manera se hace notar. Pero ríes, nos llamas, juegas con nosotros, te encanta que te hagamos mimos, me acompañas ya en algunos paseos en bicicleta y los disfrutas… y -como te llevo diciendo- se te ve feliz.
Y sacas lo mejor de nosotros, de toda la familia, de nuestros amigos, de las personas que tienen la oportunidad de tratarte en la Escuela Infantil, en el Centro de Atención Temprana…
Se habla estos días de los niños como tú, de que sois especiales… sin embargo, creo que cada uno es especial, con sus capacidades y limitaciones particulares. Y que nacer con Síndrome de Down no es ni mejor ni peor que lo contrario, es sencillamente diferente. Me refiero como persona, claro, que si en algunas cosas ese cromosoma afecta al desarrollo físico e intelectual, en otras supone una capacidad extraordinaria para amar, una sensibilidad fuera de lo común, y una mayor sociabilidad. Y de estas cosas esta sociedad está muy falta.
Hija, me despido ya, dando una vez más gracias a Dios por tenerte, y a tí por cada risa, por cada avance, ¡y hasta por cada berrinche! Soy feliz viéndote.
Tu padre.