Un amigo me comento hace tiempo que los cambios producidos con respecto a la mujer estaban desorientando a los hombres, por un lado, y por otro a la relación de cada uno respecto al otro. Desde que se casó y es padre esta percepción ha cambiado».
Para vivir la propia identidad debemos comprender que lo masculino no es lo opuesto a lo femenino, sino lo complementario. Hombres y mujeres tenemos la misma naturaleza y cualidades, aunque desarrollamos esas cualidades de diferente modo. Los hombres desarrollan con más facilidad el análisis, el discurso, lo productivo, la exactitud, el pensamiento abstracto, el manejo de las cosas y la técnica, etc. Lo específico de cada uno es el modo de realizar una misma función en la sociedad o en la familia, en cómo descubre y plantea los problemas y los matices que cada uno encuentra para solucionarlos.
El hombre de hoy mira a la mujer de igual a igual, y ha ganado en la participación de la vida familiar –como esposo y padre- siendo responsable junto a la mujer -no “ayudándola”-, buscando su felicidad en el hogar y no solo en su prestigio profesional.
La familia es una pequeña sociedad que se crea en torno a las figuras del padre y de la madre y la unión de ambos. Son las primeras figuras de apego del niño y por lo tanto su influencia es determinante en su desarrollo. Tanto el padre como la madre van a constituir las primeras figuras masculina y femenina, respectivamente sobre las que el niño y la niña formen sus modelos de hombre y de mujer.
Actualmente el padre no es un elemento pasivo en el desarrollo psicológico del niño y su figura es de gran importancia, no sólo en la vinculación emocional, sino en el desarrollo social, lingüístico y cognitivo. Hoy día la presencia del padre en la educación y crianza de los hijos ha cobrado una mayor importancia, ya que tanto él como la madre trabajan y ambos han de colaborar en el cuidado de la casa y de los hijos. Esto ha hecho que los vínculos afectivos que influyen en el desarrollo de los niños y niñas se hayan enriquecido mucho.
No es un elemento pasivo
El papel del padre es fundamental en la educación, desarrollo y en la formación de la personalidad de los hijos. El vínculo es indispensable, siendo fundamental que el padre esté presente en la dinámica familiar, que participe y se involucre en la crianza, estando presente en la vida de su hijo desde la gestación, así se creará un lazo especial entre ellos progresivamente. Este vínculo es positivo para el desarrollo del niño, produciendo en él efectos que favorecerán a su desarrollo, como el ser más independiente, autónomo y creativo. La protección que puede brindar un padre a su hijo es de vital importancia, supone una ayuda irremplazable para afrontar los problemas que se pueda encontrar en su vida de una mejor manera. Es bueno que la madre y el padre tengan distintos roles en la educación de sus hijos, y es importante que mantengan una buena comunicación entre ellos para que el niño se sienta seguro y querido.
El padre debe involucrarse en las actividades de sus hijos, no dejándolas solo en manos de la madre, como escucharles y conversar con ellos, motivarles, atenderles en sus necesidades, dedicarles tiempo de ocio, jugar, etc. Ser padre o madre implica convertirse en figura de apego de sus hijos. Y la manera de actuar, de educar, de criar, de amar a los hijos va a afectar de forma contundente a su desarrollo físico y psicológico, a su bienestar actual y futuro, en su forma de ser, en su manera de pensar y de actuar, e incluso en sus formas de relacionarse con los demás y consigo mismo, en los vínculos que establecen y en su manera de amar. La ausencia, rechazo o insuficiente relación con la figura paterna tiene consecuencias negativas en el desarrollo de los niños (inseguridad, ansiedad, estrés, etc.). La protección que puede brindar un padre a su hijo es de vital importancia, supone una ayuda irremplazable para afrontar los problemas que pueda encontrar en su vida de una mejor manera.
Ines Llorente
Máster en Familia