“Si alguna vez ha de desatarse una revolución ha de ser la del pensamiento”, afirma el filósofo José Carlos Ruiz, autor del libro “El arte de pensar” (Ed. Berenice). Vivimos en una sociedad que piensa poco y actúa mucho, como por impulsos. Donde somos bombardeados frenéticamente por imágenes, noticias, tuits y exclusivas de última hora. No hay tiempo de digerir, no hay tiempo de procesar la información que recibimos para valorarla y emitir una opinión pensada y sosegada al respecto, porque, si lo hacemos, en el momento de darla ya no sería de actualidad el tema en cuestión.
Mucha información y poca formación. Muchas opiniones y pocos argumentos. Mucha inmediatez y poca reflexión. En definitiva, mucho decir y poco pensar.
En España, como en muchos otros países occidentales en la actualidad, no somos ninguna excepción a este preocupante fenómeno. Por regla general, resulta más cómodo que otros hagan por nosotros lo que sólo a nosotros nos corresponde hacer. Es más fácil. “Aprende inglés sin esfuerzo”, “gana dinero sin esfuerzo”, “quema grasa sin esfuerzo”, “deja de fumar sin esfuerzo”, “sé feliz sin esfuerzo”. Son lemas que nos acompañan constantemente, y todos ellos con un denominador común: sin esfuerzo.
Sin esfuerzo, la recompensa no satisface. Sin esfuerzo, sin asumir responsabilidad personal, no tenemos derecho a quejarnos de lo que no sale como teníamos planeado. No podemos ganar un maratón sin esfuerzo. No podemos ser Rafael Nadal sin entrenar años y años sin descanso. No podemos llegar a ser quien queremos ser sin pensar en el objetivo y sin esforzarnos diariamente en dar los pasos adecuados que nos acerquen al mismo.
Se podría afirmar que pensar lo contrario conlleva inmadurez, así que podríamos concluir que vivimos en una sociedad inmadura. En el empeño constante por polarizarlo todo, por dividir las opiniones en el eje político derecha-izquierda, resulta más cómodo esperar a que alguien etiquetado públicamente como “de derechas” o “de izquierdas” opine algo al respecto del tema que sea, así nosotros podemos adherirnos o rechazarla sin más, ya que dicha opinión la catalogamos en sí misma como “de derechas” o ”de izquierdas”.
Es irresponsable entrar a vivir en una casa que no tiene cimientos, confiando en que, una vez viviendo dentro, nos ocuparemos de construir nosotros mismos los cimientos a partir de la casa ya construida. Nadie haría tal cosa. Sin embargo, sí lo hacemos a menudo con nuestras opiniones y juicios: nos adherimos o rechazamos a los mismos en función de quién los haya planteado, y ya después buscaremos justificación (que no argumentos racionales). Lo idóneo, llamadme anticuado si queréis, sería preguntarnos el por qué de las cosas antes de emitir una opinión. De hacerlo, todos nos sorprenderíamos estando de acuerdo con ciertas opiniones de personas pertenecientes al bando que presuponemos enemigo, y viceversa.
¿Qué motiva lo que defendemos? ¿Por qué no cesamos en defender y promover la Familia, la Vida y la Libertad de Educación? Tal vez ayude a conseguir una sociedad más madura y responsable el hecho de empezar a pensar, con el móvil apagado, por qué hacemos lo que hacemos y opinamos lo que opinamos.
Y que las noticias de última hora sigan volando ahí fuera.