Con motivo de la reciente presentación en España del Foro Europeo One Of Us que tendrá lugar el 12 de marzo en París, comentaba con socios del Foro de la Familia ¿el hijo por nacer es más, o “sólo” de la madre?
Es obvio que genéticamente, y por tanto en su identidad personal, es mitad y mitad. Padre y madre lo son al 100% toda la vida, pero la aportación de cada uno es diferente y necesaria.
El hijo pasa en el seno materno esos 9 meses de gestación y la naturaleza cambia el cuerpo y el cerebro de la mujer convertida en madre. Tiene lugar una simbiosis perfecta de dos vidas humanas en la que, como en toda simbiosis, ambos ganan y el hijo lleva la batuta. Avisa a su madre que ya está en ella y le pide todo lo que necesita para crecer. Para cuando cumple 15 días ya le presenta su mitad paterna para que le reconozca diferente de ella, pero no un peligro. Con ello la prepara para uno de los fenómenos más impresionantes de la naturaleza: la tolerancia inmunológica hacia él.
El hijo hace un gran regalo a su madre: le da células jovencísimas que rejuvenecen y podrán regenerar ese cuerpo que es su hábitat primero.
Y el embarazo le regala un desarrollo cerebral que hace al de la madre un cerebro motivado, expectante, sabio y siempre indulgente hacia el hijo. En la base neurológica de ese desarrollo está la hormona de la “confianza” – la oxitocina- que las hormonas del embarazo producen en cantidad e inunda el cerebro social. El cerebro de la mujer-madre se convierte en ese cerebro multitarea, que tan poquísimas personas tienen de por sí. Un cerebro que puede atender con eficacia otras tareas, laborales o sociales, manteniendo la prioridad en el cuidado de los hijos.
¿Y el padre? El cerebro paterno se lo gana precisamente atendiendo a sus criaturas, como ocurre en los hombres y las mujeres que hacen las veces de padre o de madre. Lógicamente el proceso no es interior a su cuerpo, pero sí con el cuerpo, con el contacto físico. Comienza ya palpando al hijo, viendo las ecografías, siguiendo su crecimiento a través de la madre; avanza cuando ha nacido acariciándolo, bañándolo, cuidándolo. Ese contacto cuerpo a cuerpo genera la hormona de la “confianza” que riega su cerebro social, el cerebro de las relaciones personales, propio de los hombres y diferente del de las mujeres. A diferencia del amor “ciego” indulgente de la madre, pleno de empatía emocional, el cerebro del padre también indulgente ve la realidad del hijo, pleno de empatía cognitiva que proyecta y prepara el futuro.
El amor de padre y el amor de madre, idénticos en cuanto amor, los procesa el cerebro de forma exquisitamente diferente y complementaria.
Artículo de Natalia López Moratalla.
Catedrática de Bioquímica y Biología molecular de la Universidad de Navarra y Directora del Proyecto “Los secretos del cerebro”