Llegar a comprender realmente lo que significa ser persona es un reto en la actualidad.
Vivimos en una sociedad excesivamente dinámica, tan activista que ocasiona estancamiento. Sociedades llenas de vicios, manipulación de modas que han logrado arraigarse en el tiempo, información sin filtro donde detenerse a pensar es sólo el inverosímil deseo y actuar de románticos casi en extinción.
Ya los hombres no filosofan sobre el arjé, principio universal de todo lo existente. Estudiar, valorar y vivir principios antropológicos es una práctica de antaño.
Pues bien, tenemos sociedades enteras que subsisten en un individualismo disfrazado de derechos, en un cóctel de vicios, permisividades y tolerancias pasivas que se subrayan a tal término, convirtiendo la apreciación del ser humano en objeto, una vasta cosificación.
Lo más alarmante no está en la visión que se tiene de la persona, sino en sucumbir ante la misma existencia, en crear ese actual vacío con horizontes distorsionados.
Sin embargo, una tenue luz se vislumbra al final del camino, luz que lleva por nombre juventud, jóvenes deseosos de saber más, porque nos guste o no, el hombre siempre será curioso.
Existirán en todos los tiempos los destructores de la libertad, mas no podrán deshacer esa fibra inequívoca que caracteriza al hombre: razón y voluntad, potencias del alma que gritan flamantes desde lo más profundo de cada ser.
El hombre por naturaleza propia es creativo, social y libre con dignidad, cualidades que responsablemente deben desarrollarse. Es necesario propiciar un ambiente donde se manifieste plenamente el análisis crítico con ejecución y resultados y una verdadera coherencia de vida entre lo que se piensa, dice y hace.
La humanidad entera necesita una dosis intensiva de valores, ética y fe. ¿Y si te digo que este plus, píldoras mágicas por así llamarlas, están alojadas en la Familia?
Por Jeyny Santana de Parisi, Licenciada en Educación Integral y Máster en Matrimonio y Familia.