Es posible que los muchos asesores que ha incorporado este gobierno, y que pagamos todos, hayan aconsejado a los «ministros de familia» (aquellos cuyas actuaciones impactan directamente en el bienestar de éstas) a tomar las decisiones que han tomado, todas ellas tendentes a entorpecer la convivencia y generar conflicto social.
Como no creo que sean tontos, sabrán de sobra lo que han hecho y con qué fin lo han hecho: obligar a los partidos conservadores (¿queda alguno?) a manifestarse claramente en contra y «escorarlos» a la derecha para «desahogar» un poco el centro que últimamente ha tenido mucha gente dentro. Indirectamente, alguna medida también les sirve para disputar el voto por la izquierda a los antisistema, antifamilia y «antitodo» lo que de verdad importa.
Parece una jugada maestra. El problema es que esa misma jugada ya la intentó, y la ejecutó, el presidente anterior al anterior, de cuyos nombres no queremos acordarnos, y acabó con una fractura social como no se había conocido y con el fortalecimiento de una estructura social y familiar que antes figuraba dispersa, cuando figuraba.
Vuelven las medidas antifamilia y volveremos a articular un movimiento de defensa para dar una respuesta coordinada y eficaz.
Se acercan elecciones. Muchos padres votantes de izquierda verán lo que significa realmente su voto y tendrán que reflexionar acerca del sectarismo y la exclusión. Muchos padres votantes de derecha tendrán que reflexionar acerca de su comodidad y su burbuja. Instituciones de enseñanza tendrán también que reflexionar y posicionarse con claridad. Asociaciones de familia tendrán que coordinar todos sus recursos y presentar propuestas que alienten y estimulen la participación.
Lo que de verdad resulta una lástima es que esto ocurra cuando se percibe el aliento del mal tan próximo. Podía haberse evitado si se hubiera dado una respuesta antes y no se hubiera anestesiado a tantos y tantos que pensaban que «con estos ya estamos a salvo, con estos nos irá bien». No ha sido así. Ni estábamos a salvo ni nos ha ido bien. Simplemente la temperatura, creciente, de la olla bajó unas décimas y la rana se estaba cociendo a un fuego un poco más lento, pero se cocía.
El que no quiera cocerse que levante la mano. A ver si somos los suficientes para apagar el fuego. Y si no, los que estemos, soplaremos más fuerte.