Si hay dos palabras que se han repetido hasta la extenuación los pasados días han sido tolerancia y orgullo. Ambas mal empleadas y ambas de enorme trascendencia. Vamos a razonar el porqué.
Empezaremos diciendo que ambas palabras están fuertemente relacionadas pero esta relación no es inmediata.
Empecemos por la tolerancia. Como tal, parece una palabra positiva, pero no se refiere en su uso común a su significado real. La tolerancia es el respeto a las opiniones de los demás, aunque no coincidan con las propias. Esto es, respeto a las personas, lo que no quiere decir que estemos de acuerdo con las ideas y que no creamos que deben ser corregidas, por perniciosas, lesivas o equivocadas. Por tanto, la tolerancia debería tomarse como el respeto a las personas que expresan ideas que no coinciden con las nuestras.
Lo que observamos a diario es la imposición de una patología de la tolerancia que podíamos llamar “tolerantismo”, que a fuerza de “respetar” cualquier idea (o ideología), rechaza una verdad única -impidiendo desenmascar errores-, rechaza la búsqueda de la verdad, el diálogo sincero y pone todas las opiniones o tendencias en el mismo plano, de forma acrítica. De esta forma, con todas las ideas en un mismo plano, prevalecerá aquella que tenga los medios coercitivos (o económicos) necesarios para ser impuesta.
Cuando cualquier idea puede ser una verdad (subjetiva), y esta se alza como la única a defender y con el “derecho” de ser impuesta a los demás, es cuando nace la segunda palabra que analizamos: el “orgullo” que reivindica un poder de decisión individual sin límite. Sin límite porque las demás ideas han sido reducidas al silencio y excluidas de todo debate.
La relación entre tolerancia y orgullo implica una cosmovisión determinada: cada uno percibe el mundo que le rodea de una determinada forma. Esta visión del mundo nos lleva a una concebir una epistemología concreta que nos dice lo que podemos conocer de ese mundo, de esa cosmovisión. Sentada la epistemología, llegamos a concebir una antropología, esto es, cómo vemos al hombre y cuáles son sus características, sus ilusiones, sus límites, su naturaleza,…y con ese marco antropológico, llegamos a una ética que nos hace reflexionar sobre lo que está bien o mal, sobre lo que es lícito o ilícito. Quizá, en el contexto que nos ocupa, no podríamos usar la reflexión por medio de la razón como instrumento para conocer el bien y el mal. Esa reflexión ya nos viene impuesta a través de la imposición de las anteriores.
Por tanto, la tolerancia y el orgullo no son dos palabras cualesquiera. Están en la fuente de todos los conflictos actuales sobre la naturaleza humana, la comprensión del mundo y sobre el bien y el mal.
Conocer esto podría ayudarnos a desenmascarar los errores que a diario vemos en medios y conversaciones. Basta con llamar a las cosas por su nombre: tolerantismo y contumacia, o persistencia consciente en el error.