Entender cómo está diseñada la relación matrimonial puede ayudar a responder muchas preguntas y mejorar la relación conyugal»
En el comienzo de un matrimonio, periodo conocido como “luna de miel”, los esposos disfrutan de relaciones sexuales frecuentes y placenteras que, con el transcurso del tiempo, pueden distanciarse por causas diversas -como la rutina, los conflictos de pareja, el exceso de trabajo, la falta de privacidad, el estrés, la llegada de los hijos, etc.-, dejando de lado esos encuentros íntimos y terminando por convertirse en amigos que comparten una misma cama.
El sexo no es “solo sexo”
La sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan el uno al otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. El amor abarca a la totalidad de la persona: su espíritu –la inteligencia y la voluntad-, su corazón –los sentimientos, emociones y pasiones-, y su cuerpo –la genitalidad-. La sexualidad se realiza de modo verdaderamente humano solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí. La expresión más profunda y completa del amor conyugal es la unión sexual, y en ella tiene su culmen.
El sexo es un tipo de intimidad entre marido y mujer realmente importante, por lo que se debe tratar como algo valioso, don precioso en el que se ha de trabajar, en el que vale la pena mejorar, hacerlo prioritario e invertir en ello. No hay que menospreciarlo como un añadido menor: el acto sexual es el aspecto físico de una intimidad bien trabajada. Por eso, nunca es “sólo sexo”.
Cada matrimonio es la unión de dos personas imperfectas, y lo mismo sucede con sus relaciones sexuales. A veces hay que trabajar en mejorar lo sexual, pero otras veces tendrán que trabajar antes otros aspectos de su matrimonio y eso hará que mejore su intimidad. Esta intimidad completa incluye la amistad, el entendimiento mutuo, el perdón, los lazos emocionales y la conexión espiritual. La mayoría de los problemas que afrontan los matrimonios en la cama tiene que ver con su intimidad o su trato en la vida diaria. Cada matrimonio compone su propia música sexual.
Rasgos de una vida sexual sana
La relación sexual tiene que ver más con dar que con recibir. Si los esposos se enfocan más en satisfacer las necesidades del otro que en cumplir sus propios deseos, si ambos se centran en el otro, la mayoría de las dificultades se superan. El qué hacer, o cómo, cuándo, donde, con qué frecuencia… son preguntas que se responden, en la mayor parte de los casos, yendo en la dirección de lo que el cónyuge quiere. Es cierto que los esposos pueden ver la contestación a esas preguntas de forma distinta, pero lo importante es que ambos expresen con honestidad y amabilidad sus deseos, miedos, frustraciones, etc.
Hay momentos en que se puede herir al cónyuge, como en cualquier otro ámbito de la vida matrimonial, por lo que una relación sexual sana incluye el perdón sincero y una mejoría continua. Aunque ambos intenten cumplir con las necesidades del otro, ninguno se sentirá forzado a implicarse sexualmente en algo que le haga luego sentir resentimiento hacia el otro. Dentro de la realización natural y normal de la unión, todos los actos de amor, todas las caricias – cualesquiera que sean- cuando se aceptan de común acuerdo, son perfectamente legítimas.
Una relación sexual sana permite exponerse, ser vulnerable, pero sin ser herido. La relación sexual (o su aplazamiento) no se usa para castigar, para controlar ni para herir. Que tu cónyuge te vea por completo, te conozca, y que aún así te ame y acepte, es una experiencia maravillosa y sanadora, que sana las heridas del pasado o las comunes de la debilidad humana.
Los esposos se mirarán el uno al otro exclusivamente, no conviene mirar a ningún otro lugar para el cumplimiento de sus deseos y necesidades sexuales. La intimidad sexual con una tercera persona está fuera de los límites de una sexualidad sana, y lo mismo sucede con la pornografía, el exceso de intimidad emocional con otra persona, etc.
Estímulo, recompensa y entrega total
El placer es un estímulo y recompensa que se tiene en el encuentro sexual, como sucede en múltiples actividades humanas que la persona desempeña libre y conscientemente: el placer del gusto al comer, el placer del sueño al descansar y el placer sexual en la unión carnal. El placer es un medio para favorecer la unión de los esposos, no un fin. En nuestro mundo -tan lleno de erotismo- se promueve la búsqueda del placer en el encuentro sexual, olvidando la entrega, el don de sí y la fecundidad. Nos encontramos con un error habitual que es confundir la sexualidad con la genitalidad, cuando la genitalidad es solamente el aspecto corporal de la sexualidad, conformada por los órganos reproductores masculinos y femeninos y sus funciones propias.
El instinto sexual en el ser humano es una tendencia natural de los dos sexos que se atraen mutuamente en búsqueda de la unión, de la complementariedad y de la fecundidad. Conviene que este instinto este dominado y encauzado por la voluntad de la persona. El contexto adecuado para el uso plenamente humano de la tendencia sexual es el amor conyugal. El deseo de los esposos no puede ser sólo pensando en uno mismo, buscando el propio placer, deseando al otro sólo para el goce personal. Si el encuentro es realmente por amor, con madurez, con entrega total, será para buscar el bien del otro. Y ambos, marido y mujer, se ofrecerán, se entregarán generosamente para la felicidad del otro.
Amar es un acto de la voluntad y el encuentro sexual una entrega generosa al otro. Si uno es dueño de sí mismo es amo y señor de todo su ser, por lo que la inteligencia y la voluntad han de estar presentes en la sexualidad y en el placer que produce. Los esposos dueños de sí mismos evitaran el egoísmo y trataran al cónyuge con amor y justicia, puesto que sólo este dominio hace posible la unión generosa y la entrega mutua. El dominio de sí es el único medio que posibilita que la unión sea una comunicación de amor, más que una explosión de placer. Lo más importante en el encuentro sexual no es el placer que pasa, sino el amor que lo prepara y permanece. Los gestos exteriores son la expresión corporal de una realidad interior: el amor, la entrega total, la unión. Si no hubiera amor detrás de cada uno de los gestos, éstos carecerían de sentido. Una caricia, una mirada, una sonrisa…deben estar inspiradas por el amor.
La ternura, delicadeza del corazón que se traduce en la delicadeza del gesto, existe para quienes se aman verdaderamente, es uno de los aspectos más preciosos de la vida matrimonial. La ternura nace con espontaneidad del ser entero de los amantes, es el amor que se convierte en caricia, mirada, beso, en la más plena y total gratuidad, sin pedir nada a cambio. Es el gesto interno que nada pide, ni solicita, y que lo significa todo. El amor es el reino de lo gratuito: te doy porque te amo, no porque espero nada a cambio. Donde florece el amor, florecerá también la ternura, ¡qué importante es cultivarla! Es el perfume que otorga su aroma a la trivialidad de lo cotidiano, son esos mil pequeños detalles de los que se alimenta el amor matrimonial. Tanto la gratuidad como la ternura han de practicarse en la unión sexual. Son muy importantes porque preparan y siguen a la unión en los actos preparativos y posteriores de la unión sexual. El poder de la ternura es tal, que se puede decir que es el mayor y mejor afrodisíaco, no sólo porque motiva a las caricias, sino porque mantiene a los esposos enamorados.
No debemos perder de vista que el matrimonio, como la vida, tiene temporadas con distintas necesidades para cada cónyuge en lo íntimo, y cada encuentro sexual no tendrá el mismo nivel de emoción o satisfacción. Los aspectos más importantes del sexo cambiarán en las distintas etapas de la vida del matrimonio: la vida sexual puede cambiar de frecuente a ocasional, de emocionante a confortable, de satisfactorio a frustrante, dependiendo del estrés de vida, de la salud física y de otros factores. En una relación matrimonial, el esposo y la esposa están comprometidos a unirse físicamente, a reconectar así con frecuencia, pero con libertad, sin presiones legalistas, y teniendo siempre en cuenta al otro por amor.
Inés Llorente
Máster en Familia