Se cumple este año el aniversario de dos revoluciones de signo muy opuesto: la revolución sexual de Mayo del 68, revolución estridente, y la encíclica Humanae Vitae del Papa Pablo VI, revolución silenciosa. La primera sirvió de enseña al hedonismo y la segunda a la Vida.
Cuando uno está inmerso en un proceso revolucionario no suele tener la perspectiva histórica necesaria para alcanzar a ver las consecuencias de lo que está viviendo. Así, la revolución de Mayo del 68, cuyos «principios» se extendieron rápidamente por todo el mundo, no fue tomada como una «liberación» y una ruptura con la moral sexual existente y una apertura a la libertad que nos haría a todos más felices y más «auténticos» en nuestras relaciones. Por el contrario, la Encíclica fue visceralmente atacada desde el primer día de su publicación, y combatida desde dentro y fuera de la Iglesia católica. Para sus detractores era una encíclica «retrógrada» que minusvaloraba a la mujer y que reducía las relaciones hombre-mujer a la «esclavitud» de la procreación. Por tanto, era la antítesis de la revolución del hedonismo «liberador» que se extendía con tanto éxito y que resultaba incontestable para muchos, la mayoría.
Ha transcurrido el tiempo, mucho tiempo. Cincuenta años después se pueden analizar las consecuencias de ambas revoluciones. La separación de las relaciones sexuales de la procreación, constituyendo estas un mero instrumento de placer al servicio del egoísmo de la persona, nos ha llevado a una crisis demográfica como no la había conocido antes occidente. La mujer se ha convertido en un objeto de deseo ajeno por completo a su dignidad, aunque continuamente se grite lo contrario. La familia ha sido desnaturalizada y arrancada de sus raíces más profundas para dar paso a formas de convivencia que nada tienen que ver con su fin último. Los niños, cuyas sonrisas y sencillez alegran el mundo se han convertido en un raro producto de unas relaciones que los evitan y a los que consideran una carga. Aquella felicidad que se prometía ha devenido en tristeza; ahora tenemos una sociedad más triste, cimentada en la nada y con un futuro cada vez más incierto.
Aquella encíclica hablaba de la «paternidad responsable» y de las «graves consecuencias de los métodos de la regulación artificial de la natalidad». Aquí tenemos hoy, cincuenta años después, esas graves consecuencias. Hablaba de «respetar la naturaleza y la finalidad del acto matrimonial». Hoy ni siquiera se habla en esos términos, y si se hace, produce hilaridad cuando no desprecio.
La encíclica iba dirigida, como todas, «… a todos los fieles católicos y a todos los hombres de buena voluntad…». La pregunta es, por tanto, después de cincuenta años, ¿se ha leído en profundidad esta encíclica a la luz de la situación actual? ¿Se han comparado las consecuencias de ambas revoluciones?
Siempre estamos a tiempo de corregir errores pasados y enderezar el camino. No dejemos pasar este aniversario sin intentar cambiar, aunque sea un poco, nuestro entorno cercano, esto es, nuestra familia.