Cuando se entiende el ser humano como alguien definido «por la indigencia y la menesterosidad», como lo caracterizaba Julián Marías, como alguien vulnerable y dependiente de los demás, nos acercamos a la realidad; y eso nos permite ejercer nuestra autonomía de forma más solidaria. Asimismo, podemos abandonar el universo frío y solitario del individualismo y penetrar, al sabernos frágiles y necesitados, en el mundo del cuidado, porque «mi vida acontece en forma de convivencia», en la expresión de Marías.
Entonces, el amor cobra su dimensión real, y no solo es lo que reparto a los demás o lo que exijo de ellos, sino, principalmente, «el regalo primordial, la gracia más necesitada y nunca merecida», ahora con palabras del filósofo español actual Alejandro Llano, quien, además, sentencia algo muy sugerente: «Pero hoy hemos olvidado en buena parte que, a su vez, el amor se envilece si no va acompañado de la actitud designada con un término clásico aidós. Aidós es respeto, moderación y pudor».
Atención: no busco moralinas, sino que trato de analizar las consecuencias de la dependencia, reconociéndola sin miedo y, en consecuencia, profundizando en sus consecuencias para la vida plena, lograda; y trato de evitar el «amor líquido», de vínculos débiles, que refleja el gráfico concepto de Zygmunt Bauman. Para ello, me serviré de algunas notas que Byung-Chul Han atribuye a las sociedades actuales y que dan título a dos de sus libros recientes: «La sociedad del cansancio» y «La sociedad de la transparencia».
Respeto. En primer lugar, el que nace de lo diferente, ante lo cual nos admiramos. Pero «la sociedad de la transparencia es el infierno de lo igual (…) y elimina lo otro o lo extraño. Convierte a la sociedad en una sociedad uniformada». Además, Han añade: «La transparencia es una figura contrapuesta a la trascendencia». Y, efectivamente, para que el respeto sea profundo, hay que percibir al otro como alguien digno, sagrado, «fin en sí mismo» en la expresión de Kant, con una dignidad intocable sea inmigrante, refugiado, esté en coma o recién concebido y enfermo: toda persona, sujeto de una dignidad intrínseca.
Moderación. «En la sociedad expuesta, cada sujeto es su propio objeto de publicidad. Todo se mide en su valor de exposición. Todo está vuelto hacia afuera, descubierto, despojado, desvestido y expuesto». Pero Han advierte, con realismo, a dónde conduce este modo de vivir: «El exceso de exposición hace de todo una mercancía». ¿Cómo ganar en moderación? Desprecia los programas de la televisión basura, no los veas porque te asquean. Protege a tus hijos de las esclavitud de las modas y las marcas. Cuida los bienes invisibles. Defiende y custodia tu preciosa intimidad.
Pudor. «La sociedad expuesta es una sociedad pornográfica. La coacción de la exposición conduce a la alienación del cuerpo mismo. Este se cosifica como un objeto de exposición. No es posible habitar en él. Hay que exponerlo, y con ello hay que explotarlo«. Me asombra que sea de la pluma de un coreano, experto en metalurgia, que llegó a Alemania con veintiséis años a aprender alemán y a estudiar filosofía, de quien oigamos esto. Tal vez, porque no tiene miedo a las etiquetas y describe las sociedades del cansancio tal y como las ve. Y más: «Es obsceno el pornográfico poner el cuerpo y el alma ante la mirada (…). El porno no solo aniquila el eros, sino también el sexo».
Me parece importante reflexionar sobre el agradecimiento, sobre lo que recibimos de los demás y completa nuestro ser personal necesitado. Solo así revalorizaremos las virtudes de la dependencia, del «servicio a los más necesitados, el cuidado de los débiles, el respeto a la corporalidad decaída, la capacidad de sacrificio, la veneración por la dignidad intocable de cada una de las personas, la gratitud, la misericordia, la compasión y la ternura», de nuevo, en palabras de Llano. Yo, al menos, las agradezco.
Artículo escrito por Iván López Casanova, Cirujano General. Máster en Educación Familiar y en Bioética. Escritor: Pensadoras del siglo XX y El sillón de Pensar.