«Pero es que en los niños habla, mucho más que en los mayores, el espíritu genial del linaje humano, el genio de la humanidad», afirmaba Unamuno en 1923. Sin embargo, con palabras graves, exponía un peligro: «Y luego hay lo más pavoroso, lo más trágico, y es la soledad del niño, o sea que el niño se críe entre mayores, sin trato ni convivencia con otros niños, sus iguales (…). Porque el niño que se cría separado de otros niños ni llega a descubrir que dejará de ser niño». Pero, atención: en la actualidad, la manera más frecuente de aislar a un niño es la de tratarle como si fuera un adulto pequeñito.
En el libro Educar para el asombro, Catherine L´Ecuyer recoge una anécdota expresiva: «“Qué guapo estás con este corte, tío. Vas a ligar un montón…”. Nuestra ex-peluquera infantil a mi hijo de cuatro años». Así comienza el capítulo “La reducción de la infancia” en el que se subraya que si se trata a los niños como si fueran mayores, se alimenta una enfermedad que se prolonga durante toda la vida: el infantilismo. Acaso sea la consecuencia de un abordaje por defecto de la infancia, por la que esta se estira en intento de compensar aquello que le faltó.
L´Ecuyer expone la situación absurda en que «parece que educadores y padres pertenezcamos más al sector del entretenimiento que al de la educación». Y lo que resulta peor, no se protege a los niños contra el cruel robo de su ingenuidad, del que decía Novalis que era como una escalera por la que venimos ascendiendo y se desploma: ya no hay camino de regreso para la ingenuidad perdida. En consecuencia, hay que defender la preciosa inocencia de los niños pequeños en este mundo lleno de violencia en el que viven, sencillamente porque su psicología no está preparada para ello y les hace mucho daño.
Otro problema educativo del periodo infantil puede acaecer por exceso. Fabrice Hadjadj habla de «otra desviación más sutil es la de la prioridad educativa en la familia, que colocaría al hijo en el “centro”. Françoise Dolto recuerda que el hijo no debe ser colocado en el centro, sino en la periferia: sin ese carácter periférico, nunca tendrá ganas de crecer». Lógicamente, como toda persona nace con una herida narcisista que hay que educar, le será muy difícil abandonar su posición como ombligo del mundo, si se le educa bajo esa sobreprotección excesiva. Asimismo, la inmadurez de carácter será la consecuencia final. ¿No habrá que repensar todo esto para educar mejor?
Rescatar la infancia. De nuevo, la educadora canadiense afincada en Barcelona, Catherine L´Ecuyer, explica que «el niño no se educa solo, y por supuesto hay que ponerle límites». Por eso postula juntar invención y disciplina, y una buena manera de conseguirlo es por medio del «caos controlado del juego libre». Y también nos dice que «menos recompensas materiales y más muestras de cariño, menos televisión y más paseos en la montaña observando la naturaleza, menos ruido y más silencio».
Y más: «la forma de matar el deseo de un niño es darle todo cuanto quiere (…). El exceso de cosas satura los sentidos y bloquea el deseo. Cuando un niño tiene bloqueado el deseo necesita entretenimiento desde fuera». También, esta pedagoga, madre de cuatro hijos, explica que el aumento de catarros y gripes en invierno es consecuencia de que los niños no salen de sus aulas, no por el contacto con el aire libre: «A veces parece que la naturaleza nos da miedo a los padres». Por el contrario, «la naturaleza es una de las primeras ventanas de asombro del niño».
Me parece sugerente terminar recordando con L´Ecuyer que «los niños no se emocionan con los cuentos en CD». En cambio sus padres se los pueden contar mil veces mirándoles a los ojos. Recuperar la infancia: «vivir la infancia cuando toca».
Artículo escrito por Iván López Casanova, Cirujano General. Máster en Educación Familiar y en Bioética. Escritor: Pensadoras del siglo XX y El sillón de Pensar. ivancius@gmail.com