Gracias. Gracias por querer a mamá. Por querer a mis hermanos y quererme a mí por ser quien soy, incondicionalmente. Porque sí, querer siempre implica voluntad además de sentimiento, y en eso, como en tantas otras cosas, tu ejemplo es para mí una lección de vida.
Gracias por enseñarme en qué consiste ser una buena persona. Por demostrarme que la autoridad (tan necesaria y tan escasa en nuestros días) se basa en el respeto y la confianza, no en el miedo, el castigo o la amenaza. Que la igualdad deriva de la misma dignidad que tenemos mis hermanas y yo.
Gracias por tu trabajo constante, como medio de realizarnos en la vida y de transformar el mundo que nos rodea en una realidad algo mejor de la que encontramos. Es cierto que hoy las cosas funcionan de manera distinta a como funcionaban cuando tú tenías mi edad, y que existe una peligrosa corriente que tiende a interpretar el pasado desde el prisma de la realidad del presente. Aun así, siempre encontrabas tiempo cada día para estar con mamá y con nosotros en casa, porque la familia era, y es, lo más importante. Gracias por comer y cenar cada día juntos en la mesa, compartiendo anécdotas del día y comentando la actualidad, por las meriendas especiales de los domingos, por los viajes en furgoneta y por implicarte de manera activa en la educación individual tanto de mis hermanos como mía.
Gracias por aquella vez que me esperaste despierto de madrugada cuando yo era adolescente, sentado en el salón con la lámpara de pie encendida, porque intuías que algo me pasaba. No olvidaré jamás ese momento, cuando por fin llegué a casa, y dándome un abrazo me dijiste “uno viene a casa para lamerse las heridas”. Sólo eso, y te fuiste a dormir. Constaté, tremendamente aliviado, que el hogar es el mejor refugio, la familia es el mejor remedio, el amor es el único camino.
Gracias por haber conseguido inculcarnos que, aunque nunca nos faltó de nada, cada cosa tiene su valor, y hay que agradecer sinceramente todo lo que tenemos fruto del esfuerzo de otros, en este caso tuyo y de mamá.
Gracias por dejarme equivocarme y aprender de mis propias experiencias, por respetar mi libertad y por esforzarte en darme las herramientas y el criterio para poder descubrir lo bueno que hay en las cosas y yo mismo fuese tomando mis decisiones basándome en respetar esa enseñanza.
Gracias por el ejemplo de que nunca se deja de mejorar, de que nunca es tarde para intentarlo una vez más, de que siempre hay esperanza y de que la prudencia es buena consejera.
Ahora que yo también me he casado y tengo hijos, descubro con más nitidez todo lo que has puesto en mi mochila, y no se me ocurre mejor manera de agradecértelo, por justicia, que transmitiéndoselo a tus nietos.
Te quiero, papá.
Javier Rodríguez
Director Foro de la Familia