Es noticia estos días una escuela de Barcelona que ha censurado más de 200 libros y cuentos infantiles por considerarlos “tóxicos” o “sexistas”, incluyendo a La Caperucita Roja.
El criterio ha sido sencillo: todo lo que se aparte mínimamente de las teorías ideológicas de “género” hay que destruirlo. A decir verdad, con este criterio, pocos me parecen 200 cuentos. Cualquier evidencia que ponga de relieve que los seres humanos somos hombres o mujeres, que existen modos concretos de ser, de sentir, de pensar, de actuar inherentes a nuestra sexualidad genética innata ha de ser exterminada.
Como bien dice Gregorio Luri, “esta sumisión incondicional del conocimiento al deseo es la contribución genuina de nuestro tiempo a la historia universal de la vulgaridad”. En otras palabras: es cuanto menos vulgar el empeño actual por ahogar la realidad palpable bajo cantidades ingentes de ideología.
Para esparcir e imponer el “género”, primero hay que ahogar al sexo. La sexualidad humana, que nos define y constituye porque no es un añadido a nuestra persona, sino parte integradora de la misma, es un obstáculo para lograr la verdadera igualdad, según lo que predica esta ideología. Urge, por tanto, sustituirla por el “género”, que no es más que un constructo cultural basado en los sentimientos y decisiones de cada persona. Y, como se basa en las decisiones libres de las personas, las opciones son infinitas. Por eso lo del “+” en las siglas del lobby ideológico “LGTBI+”, para no caer en restricciones opresoras, en criterios de clasificación limitados para entender al ser humano.
He ahí el gran error de la ideología, la perspectiva, las teorías, el enfoque de “género”: confundir y unificar las decisiones libres de la persona con lo que es la persona en sí misma. Por eso en todas las leyes ideológicas de género (en España, por desgracia, ya hay un buen elenco donde elegir) la palabra “autodeterminación” la incluyen como si de un derecho se tratase. Somos lo que queremos ser, porque no hay nada natural, objetivo, absoluto que nos limite o condicione como seres humanos.
Obviamente, era cuestión de tiempo que la realidad fuese desenterrando toda la ideología que le habían echado por encima en un intento global de ahogarla. Y lo que le queda. Depende en buena parte de nosotros que Caperucita vuelva al cuento antes o después, de que el lobo vuelva ser el malo y deje de disfrazarse no de abuelita, sino de garante de falsos derechos para jugar a la ingeniería social.
Habla de sexo. Y habla bien. Sin vergüenza y sin tabúes, con las ideas claras, proclamando su grandeza y su importantísima función integradora de todas las esferas de la persona y de las relaciones humanas. Fórmate más, que puedes, y ayudemos a la realidad a salir pronto del hoyo que le siguen cavando los lobos.