Seguramente ha pasado desapercibida una discusión, más bien una controversia, sobre lo que se ha venido en denominar el “PIN parental”. Está siendo una controversia muy ácida, y como siempre en todo lo que tiene que ver con la educación de los hijos, hay sectores cuyas posturas tienen más que ver con la ideología que con el bien del menor.
Dejemos sentada una premisa: en este mundo nadie quiere más a un hijo que sus padres. Ni maestros, ni tutores, ni profesores; nadie quiere más a nuestros hijos que nosotros mismos. Y por ello, y porque queremos lo mejor para ellos fuera de toda presión ideológica o moda pedagógica, elegiremos siempre lo mejor para ellos. Además, y por si fuera poco, es nuestro derecho y es nuestra obligación.
Entonces, ¿qué es el “PIN parental”? Es la traducción que una formación política ha hecho -y puesto de moda- de nuestros ya clásicos formularios de consentimiento expreso, por los que llevamos dos décadas luchando. Es decir, una forma de ejercer ese derecho como padres. Es, precisamente, preservar a nuestros hijos de toda contaminación ideológica que nada tiene que ver con su formación y sí tiene que ver, y mucho, con su deformación.
Los contenidos formales que se dan en el aula están regulados y son claros. Todo lo que no sea eso requiere, cuando menos, el visto bueno de los padres. Y no solo los contenidos, sino el quién los imparte, con qué medios y en qué horario.
Cuando un hijo nuestro quiere ir a una excursión programada por el colegio, los padres deben firmar una autorización para que el hijo participe en la misma. No es decisión del director del colegio ni del hijo; es decisión de los padres. Del mismo modo, si se va a impartir una formación extracurricular, los padres tienen derecho a decir si su hijo asistirá o no lo hará. Si además esa “formación” tiene que ver con unos contenidos antropológicos muy distintos a los que queremos para nuestros hijos y que pueden atentar gravemente contra su forma de ver la vida, la realidad o las relaciones con los demás, entonces la responsabilidad de los padres es máxima. Si a esto sumamos que la supuesta capacitación de los ponentes no es otra que su adscripción a una determinada asociación o “colectivo” como se dice ahora, entonces estamos hablando ya de una situación de emergencia en cuanto a la educación de nuestros hijos.
Eso es el «PIN parental»; la autorización expresa y por escrito de unos padres en cuanto a una determinada actividad extracurricular que el colegio organiza para nuestros hijos. Añadiremos, para finalizar, que los colegios están, en muchas ocasiones, siendo rehenes de esos “colectivos” y que les resulta muy difícil desautorizar dichas actividades por las consecuencias administrativas que pueden tener.
Siendo así, el mensaje a los padres es claro: no autoricemos a nuestros hijos a asistir a charlas, cursos, conferencias o actividades que puedan dañar gravemente la salud psicológica o moral de nuestros hijos; es nuestra responsabilidad, y nuestro derecho. Nos asisten la Declaración de los Derechos Humanos, la Convención de los Derechos del Niño y la Constitución Española, además del Derecho Natural y cuantiosa jurisprudencia. Reclamemos el PIN Parental y estemos muy atentos a los intentos de manipulación que continuamente están acechando a nuestros hijos.