Estos días no se habla de otra cosa. El coronavirus acumula portadas, aperturas de informativos radiofónicos y televisivos, teras y más teras de información en internet y casi todas las conversaciones de la gente de a pie, en el trabajo, en casa o en los bares.
Cada día, cada hora, se actualiza la información, con gráficos pormenorizados sobre la extensión. Tan sólo el miedo se expande aún más rápido, complicando una ya de por sí difícil gestión.
Viendo los gráficos, observando cómo avanzan los contagios, los saltos, nos viene a la cabeza cómo se extendió, a lo largo del siglo pasado, otra pandemia, de otro tipo, una pandemia moral, que ha contado con diferentes agentes patógenos para conseguir el mismo fin, la destrucción de los valores.
El relativismo se ha convertido en la religión oficial mundial. «Todo vale». A partir de ahí, la ideología de género, el feminismo radical… infectan y engañan a una sociedad cada vez más inmadura, con muchos universitarios pero sin formación moral o en valores. El vértigo del ritmo de vida actual, las redes sociales, los vídeos, han creado un hombre que apenas es capaz de leer más de 240 caracteres sin saturarse, cuánto más una obra profunda que requiere, no sólo el tiempo de su lectura, sino uno no menos prolongado de reflexión e interiorización.
Frente a esta pandemia sí existe vacuna. formación, la reflexión, la pausa. Para poder objetar a temas como el aborto, la eutanasia, o para denunciar las mentiras y robos de derechos fundamentales que traen las leyes de género es necesaria una base profunda de humanismo, de antropología y de bioética.
El relativismo y sus acólitos confunden la felicidad con la comodidad, con lo efímero. Que no roben a nuestros hijos ni a las generaciones futuras la grandeza del hombre, de la vida. Estamos a tiempo.