Hemos conocido esta semana una noticia importantísima que, sin embargo, ha pasado de puntillas, en un fugaz susurro para la mayoría. Algo que se está convirtiendo en habitual, por desgracia, con las noticias importantes.
Un padre, un único padre, ha conseguido demostrar en Madrid la fuerza que tenemos. Solo. Contra todos y todas, contra los agentes de igualdad del Ayuntamiento de la capital, ha visto en peligro a sus hijos y se ha plantado. Y ha ganado. Ha conseguido que unas charlas en las que se invitaba a niños a comportarse como niñas -y viceversa-, no se celebren en los colegios públicos de esta ciudad. Para ello, ha recordado la «neutralidad ideológica» de los colegios públicos y el artículo 27 de la Constitución.
Y lo ha hecho un único padre. En Murcia fueron unos pocos más quienes recordaron a los poderes públicos los derechos y deberes de cada uno. Y que no todo vale. Que nuestros hijos nos importan y no vamos a permitir que nos los quiten y eduquen a su manera.
Estamos en una sociedad adomercida. Los poderes públicos están encantados con ello, porque estamos renunciado a nuestros derechos y responsabilidades por comodidad, cansancio, hastío… Nuestra inmovilidad nos ha llevado a ver las cosas como inamovibles o imparables, y a ellos a creer que pueden salirse con la suya.
Estos ejemplos demuestran que no es así. Que los padres tenemos mucha más fuerza de la que creemos. Pero tenemos que recuperarla. Tenemos que decir «aquí estoy». Que sean muchos para llegar al gran «aquí estamos». Que nos oigan, que nos vean, que nos escuchen y nos respeten. Los padres estamos aquí. Nunca nos fuimos, en realidad, pero nos acomodamos. Es hora de levantarse de nuevo y recordárselo. Que cuenten con nosotros, con nuestros hijos contamos nosotros.