Hace unos días han venido a visitarnos, por fin, los abuelos. Todos teníamos unas ganas enormes de vernos y pasamos un primer rato estupendo. Cuando ya había pasado una hora nuestro hijo de diez años se levantó y dijo que se iba a jugar con la consola… porque era la hora que le habíamos asignado.
– No. No ahora no. – dijo el abuelo – Espérate un poquito que ahora la abuela va a contar una cosa… Dentro de un rato voy contigo y me enseñas a jugar.
Lo primero que pensé es que, si mi hijo contradecía al abuelo o se iba sin hacerle ni caso, le iba a montar una buena. Y si se ponía pesado tendría que llamarle la atención delante de todos. Pero ante mi sorpresa mi hijo se sentó en el suelo y se quedó mirando a la abuela, esperando la historia… Pasado otro largo rato abuelo y nieto estuvieron jugando con la consola una media hora. Cuando el abuelo se cansó le dijo: enséname otro juego y mi hijo abrió la caja de los puzzles.
Naturalmente, pensé: “Las circunstancias son distintas”. El abuelo tiene todo el tiempo del mundo para su nieto, mi hijo es un buen chaval y quiere al abuelo, y todo lo que ha pasado hoy eran novedades para él… pero en la rutina diaria, cuando soy yo el que le obliga a cumplir su horario, las discusiones sobre el tiempo que dedica a la consola o a la tablet para jugar o hablar con sus amigos son constantes y tremendas. Y, por supuesto, me desobedece mucho más que al abuelo… Me hice la siguiente reflexión:
- ¿El abuelo tiene más autoridad que yo? Puede ser… La verdad es que su tono no permitía discusión. Pero también es verdad que le ha ofrecido una novedad: “jugaré contigo…”.
- ¿Mi hijo es un “espabilao” que sabe cuándo puede apretar y cuándo no? También. Pero no me ha parecido que obedeciera por temor sino más bien como diciendo: “¡Vale, de acuerdo!”
- ¿Cómo consigue el abuelo que saque los puzzles sin discutir y que deje la consola aparcada?
En estos casi noventa días de convivencia diaria he llegado a pensar que mi hijo estaba empezando a tener demasiada dependencia de la pantallas: de hecho hemos visto que nos ha engañado con algunas contraseñas, ha usado nuestros móviles a escondidas, y cuando pasa cerca de una tablet o un móvil se siente movido a tocarlo o mirarlo un poco… y me ha llegado a dar miedo… Está todo el rato pendiente de las pantallas y esperando con ansiedad el poder usarlas. Y de pronto llega el abuelo y parece otro chaval.
He llamado por teléfono a un amigo que sabe de estas cosas y me ha comentado tres detalles algo novedosos para mí:
1º. Una personita de 10 años, tanto si es chico como chica, es un “aspirador de estímulos”. Ya tienen uso de razón, sienten y entienden lo que es pasarlo bien, mal o regular y su cabeza sólo piensa, constantemente en su propio entretenimiento. Hay padres que han llegado a tener escrita una lista de 50 o 100 actividades para proponerles como actividades en todo momento. La novedad, la curiosidad y la diversión son su primera y enorme motivación.
2º. Por supuesto las herramientas digitales son una herramienta de diversión muy atractiva y novedosa. Pero además generan en su cerebro una sensación de placer mayor que otras diversiones. Por eso es necesario que tengan un horario exigente y que tengan alternativas que hacer. Y hay acostumbrarles a que en ese tema no se discute, como no se discute con el pastel o con otras obligaciones. Hay que exigir como en todo lo demás, se pongan como se pongan.
3º. A esa edad ya es capaz de entender lo que es la dependencia y lo que puede significar una adicción. El criterio sobre su uso hay que compararlo con los dulces… ¿Cómo has conseguido que tu hijo habrá la nevera y no se coma todas las trufas de chocolate que encuentre o la mitad de un pastel? Con autoridad y con argumentos. No deberían ser necesarios más ingredientes.
A pesar de todo, hay quien está muy preocupado porque la inclinación de sus hijos hacia el uso constante de las pantallas, el envío de mensajes, fotos van y fotos vienen, las redes sociales, los videojuegos online conectados con sus amigos, etc. etc. son actividades que se están convirtiendo en un motivo de discusión permanente y hasta en un riesgo de aislamiento, de ansiedad y de excesos. Esta dependencia nos exige controlar, amonestar, avisar y hasta prohibir el usos de los dispositivos digitales, con las consiguientes broncas y a veces con respuestas muy agresivas por parte de algunos jóvenes. Te recuerdo un principio básico en educación: Convencer es más útil y duradero que exigir.
Le di las gracias a mi amigo y comenté todas esas reflexiones con mi mujer. Pero inmediatamente se me vino a la cabeza la idea de que todos esos comentarios no me servirían en cuanto que llegara la hora de exigir a nuestro hijo que tenía que dejar ya la consola: volveríamos a discutir.
- Bueno, ¿y qué?, – dijo mi mujer con su habitual sentido práctico. Pues tendrás que seguir discutiendo como yo discuto para que se coman lo que les pongo, o como discuto cuando no se han hecho la cama… Parece que los videojuegos son un monstruo poderoso e imbatible. Si le acostumbramos a pensar con la cabeza, si le ofrecemos alternativas y sobre todo, si nos ganamos su confianza, hablando y hablando, cuando llegue el momento de hablar de alcohol, de drogas y de sexo, eso que tendremos ganado.
Uff… ¿Qué habría hecho el abuelo si yo le hubiera gritado que me dejara en paz y que quería seguir jugando con mis amigos? ¿Por qué me toca a mi conseguir que mi hijo no se aficione tanto? Voy a ver si me entero con qué juego está jugando ahora…
Domingo Malmierca
Coordinador de la Fundación Aprender a Mirar