Es la justificación perfecta para no involucrarse ni buscar soluciones para los problemas de los demás. “Mientras no me salpique, a mí qué me importa”.
Si viviésemos en islotes cerrados, sin relación con el mundo exterior y practicando la agricultura y ganadería de subsistencia, este planteamiento aún seguiría siendo irresponsable. Cuánto más si somos seres sociales, que necesitamos de los demás para vivir y los demás necesitan de nosotros. Lo que afecte a los amigos de mis hijos, pronto afectará a mis hijos y por tanto a mí. Lo que afecte a la sociedad en la que vivo, afectará a mi propia familia tarde o temprano, si no es en esta generación, será en la siguiente. Por lo tanto, siempre me va a salpicar, por mucho que me esfuerce en permanecer encerrado en mi castillo.
Eludir nuestra responsabilidad de esforzarnos por dejar las cosas mejor de lo que nos las encontramos, aludiendo a que “las cosas están muy mal” y entonces mejor intentar que nuestro búnquer no tenga grietas, no tiene mucho sentido. Salgamos a la calle y hablemos de todo con todos, vayamos al colegio de nuestros hijos e involucrémonos en la gestión y programas educativos, formemos debates con los compañeros de trabajo, organicemos reuniones para tratar temas de actualidad y compartir ideas, formémonos para reforzar criterio, invitemos a casa a los amigos de nuestros hijos y sus familias, creemos a nuestro alrededor un espacio donde todos quepan y donde se pueda hablar bien de las cosas buenas.
Cada uno tenemos nuestras circunstancias personales, familiares, laborales… por eso generalizar es fácil y concretar, difícil. El caso es no conformarse con nuestro pequeño círculo de confianza donde todo va bien y donde los problemas que veo por la tele “no nos salpican”.
Defendamos y promovamos la familia, con ejemplo y con debate, con sonrisas y con argumentos razonados, cuidando de la propia e interesándonos por la de los demás, abriendo las puertas de nuestra casa y de nuestra mente. Salgamos. Hagamos cosas. Por nosotros y por los demás. En estos días de tormentas de primavera, tiremos los paraguas y dejémonos salpicar, que al llegar a casa tendremos toallas para secarnos.