Cuando un hombre y una mujer deciden unirse en matrimonio, comprometiendo sus vidas con voluntad de que sea para toda su vida, están creando el ambiente idóneo para la aparición y desarrollo de nuevas vidas; están dando origen a la formación de una familia.
Cuando nacemos precisamos de un largo período de tiempo en el que los cuidados, tanto de tipo material como formativos, son imprescindibles para la humanización de los hijos. Estamos abocados a querer a nuestros hijos y esos vínculos basados en el cariño paterno-filial son los más potentes de solidaridad interpersonal que conoce la humanidad.
Durante ese período de generación y desarrollo de nuevas vidas, la estabilidad familiar es cimiento firme que permite el surgimiento de nuevos ciudadanos que, más adelante, desearán a su vez ser origen de nuevas familias.
Los hijos que se desarrollan en ese marco estable familiar tendrán que afrontar y superar los retos que en cada momento les presente la vida, pero serán conscientes de que siempre cuentan con un ámbito seguro en el que se les valora por quiénes son, se les respeta por cómo son y se les quiere.
Y los esposos que con esfuerzo, renuncia, generosidad y afán de superación de las dificultades que siempre surgen en la convivencia conyugal y familiar son testigos de los frutos de la estabilidad matrimonial, tienen la satisfacción de haber permanecido fieles a su valoración de auténtica felicidad y recogen el cariño y respeto de su descendencia.
Esta estabilidad generadora de vida produce un beneficio a toda la sociedad.
El marco legal debe ser especialmente activo en apoyar aquello que conviene a la sociedad. Y si para ésta es de particular significación la estabilidad matrimonial debe promoverla y apoyarla en su propio beneficio.