Oímos hoy con cierta frecuencia -en el contexto del trabajo de las asociaciones que defendemos la vida, la familia y la libertad-, llamamientos a la «unidad», a veces incluso exigiéndola y buscando víctimas a las que estigmatizar si esa unidad no se consigue.
Siendo este sentimiento el que impera, deberíamos preguntarnos por qué es tan difícil alcanzarla y qué razones puede haber para que una y otra vez nos cuestionemos lo mismo. Analizamos a continuación alguna de las razones y propondremos al final una solución posible.
En primer lugar, existe confusión, o por lo menos disparidad de pareceres, en cuanto al significado práctico del término; para unos supone común-unión en torno a unos principios, para otros, autoridad sin fisuras y sin cuestionar razones. Muchos simplemente se adhieren a la idea pero sin entrar a valorar el porqué; simplemente «sienten» que la unidad es buena y rechazan sin reflexión cualquier causa que la impida. Y otros, por desgracia muchos, simplemente se encojen de hombros y se desmovilizan dejando que el problema, si lo hay, lo solucionen los demás.
En segundo lugar, la unidad es una cuestión de liderazgo, y este, para que de verdad lo sea, debe suscitar en los seguidores una admiración y una adhesión consciente y voluntaria cimentada en la confianza, ya sea en las virtudes del líder, ya sea en el buen hacer de la asociación, con independencia de los resultados obtenidos o del sacrificio que suponga el camino que haya que recorrer hasta la meta.
La tercera razón tiene que ver con los fines y los medios. Los fines, porque a menudo no se coincide en cuáles deben ser, consumiendo energía en discusiones estériles, guiadas bien por la ignorancia (culpable o no), bien por miedo a significarse y perder lo poco o mucho alcanzado o bien para disfrazar otros intereses que se quieren mantener velados. A veces por vanidad y siempre bajo la mirada escrutadora y severa de «jueces» a los que nadie ha nombrado y que dictan su sentencia, por supuesto inapelable, sobre quién lleva mejor la antorcha de la verdad y los principios. Y los medios, porque una formación viciada durante años ha olvidado que una ética estratégica no es ética. No hay atajos, no vale todo. Que el adversario obre con iniquidad no justifica que nuestro obrar sea el mismo. En la «sociedad de lo inmediato», queremos ver resultados, y los queremos ver ya, sin caer en la cuenta de que la situación actual es la consecuencia de muchos años de abandono paulatino de valores personales y familiares que no pueden recuperarse si no es en un tiempo igual o superior al perdido.
¿Qué podríamos hacer entonces? De momento, no perder el tiempo y ponernos a trabajar. Cada uno en su campo, según sus habilidades y criterios, con sus medios y en su momento. Los demás alentando o callando (más fácil lo primero que lo segundo), según el papel que cada uno quiera asumir según su capacidad. Y en todo, evitar la crítica al trabajo de los demás. ¿Quieres criticar algo? Hazlo tú mejor. No hay nada que una más que el trabajo bien hecho.