Siempre se ha dicho que las personas vemos la realidad a través de unas gafas. Nuestra forma de pensar, nuestras creencias, nuestras vivencias, forman unos filtros que nos hacen interpretar el mundo que nos rodea de una determinada manera.
Sin embargo, estas gafas siempre podían admitir una mayor graduación mediante el contacto con otros seres humanos. Mediante la interacción, el debate con quien piensa diferente, siempre desde la escucha respetuosa y la reflexión sobre sus opiniones, se abrían nuevos ángulos para mirar las cosas o incluso podían iluminarnos zonas oscuras en nuestra percepción.
Pero en los últimos tiempos, observamos con desasosiego que la gente está confundiendo esas gafas con sus ojos, y queriendo imponer su graduación a toda costa a quienes discrepan de sus postulados o razonamientos (bueno, eso los que llegan a razonar). Las redes sociales están creando jaurías de palmeros o insultadores que jalean o increpan al otro bando sin detenerse un segundo a ver la información desde distintos puntos de vista. Se ha pasado de ver la realidad a través de las gafas a convertir las gafas en la realidad absoluta, deformando ésta para que se adapte a lo prejuicios propios.
Esta semana podemos observar varios ejemplos. Por ejemplo, el vídeo en el que un conocido futbolista jugaba a pasar la pelota a uno de sus hijos mientras que su hermana hacía que chutaba por detrás y finalmente decidía ponerse a jugar a otra cosa. Como esa «otra cosa» resultó ser una escoba, no tardaron feministas ofendidas en denunciar el machismo del vídeo y del futbolista. Nada más lejos de la realidad. Todos los que tenemos hermanos o varios hijos, vemos que hay un pequeño que no habría dejado chutar ni a su hermana, ni a otro hermano, ni siquiera a su padre. La vida misma. ¿Quién no ha hecho eso -o lo ha sufrido- alguna vez jugando en familia?
Y por la familia precisamente viene otro de los ejemplos. Durante una entrevista en la televisión que pagamos todos, una señora que ha escrito un libro, afirmaba sin rubor que la familia es una secta porque se manipula con los sentimientos, con los afectos… mientras la entrevistadora asentía. ¿Hasta aquí hemos llegado? ¿Y hasta dónde vamos a llegar? Mucha gente ya no sabe lo que es la familia, y la confunde, espoleada por partidos que quieren reducir a los padres a meros «guardadores». Por desgracia, tampoco saben lo que es el amor, ni los sentimientos, ni la educación, ni siquiera la libertad, que no es ni mucho menos hacer lo que a cada uno nos parezca oportuno por encima de los demás. El resultado son libros ‘batidora’, como los de esta señora. En una batidora, por supuesto que el resultado iguala a burros con perros o a familia con sectas.
Curiosamente, esta libertad absoluta de los hijos respecto a sus padres, porque tienen derecho a ser ellos y no quienes sus padres quieren imponerles que sean, no es plena. Si una mujer decide abortar en los plazos o supuestos legales, el hijo no tiene nada que decir, tan sólo asumir por única vez en su vida la voluntad de su madre. Una triste realidad.
Limpiemos nuestras gafas, volvamos al debate, a la escucha, al respeto.