En Eurovisión, la canción premiada ha puesto de manifiesto -otra vez-, como hay una exaltación de una visión de la sexualidad transgresora y que supone la ruptura con la condición natural de todos los seres humanos como hombre o mujer. Con el glamour de un espectáculo brillante se nos presenta un personaje ficticio (la mujer barbuda) como si fuese otra forma de vivir la sexualidad humana, y además como una creación desde sí mismo como la del ave fénix que resurge de sus cenizas.
Es obvio que detrás de todo este planteamiento está la negación de la naturaleza humana y la consideración de la sexualidad como algo plástico y moldeable por cada uno hasta el infinito. Frente a ello, debemos volver a recordar que sólo hay dos formas de ser un ser humano: ser hombre o ser mujer. Que los hombres somos libres también frente a nuestra sexualidad y que por lo tanto, la conducta sexual puede ser juzgada con criterios éticos como todo acto humano libre. No todo es igual ni tiene el mismo valor en materia de sexualidad. Y que por tanto, se puede opinar sobre la sexualidad y afirmar por ejemplo que la unión entre hombre y mujer, comprometida y abierta a la vida, es la mejor opción. Distinguir en juicios de valor y opiniones no es discriminar, que decir que algo es mejor que otra cosa no es discriminar ni atentar a la igualdad siempre que se trate de cosas diversas.
Es bueno recordar estas ideas elementales cuando empiezan a proliferar en España leyes autonómicas que pretenden imponer –al amparo de una presunta lucha contra la no discriminación- un pensamiento único en materia de sexualidad inspirado en los postulados de la ideología de genero, que exalta hasta el festival de Eurovisión.