Para educar bien a un hijo es necesario ternura, firmeza, fuerza de voluntad, paciencia y sentido del humor. Y todo ello se ha de dar inexorablemente en la familia. La primera responsabilidad educativa de los hijos la tenemos los padres y, para ayudarnos en esta maravillosa y ardua labor hemos de elegir un colegio adecuado que nos ayude pero no que nos sustituya en esta responsabilidad.
Son muchos los padres de hoy que creen que valores como la fortaleza y el equilibrio son cualidades innatas en las personas y que no es necesario trabajarlas; sin embargo, esto no es así. No son dones de la naturaleza humana, hay que aprender a adquirirlos, a practicarlos y convertirlos así en costumbre para que terminen convirtiéndose en hábitos.
Actuar pensando en los derechos de los demás y en las obligaciones propias son actitudes que se aprenden y ejercitan en la familia.
Aprender a vestirse adecuadamente, con sobriedad y elegancia, respetándose a si mismo y a los demás, se enseña también en la familia.
Cultivar la alegría interna y externa, combatir la gula y la glotonería, controlar el consumo excesivo, irracional e innecesario de la comida y de la bebida también se aprende en casa así como contener el apetito y no empezar a comer hasta que todos se hayan sentado a la mesa y empiece el de más edad o el principal.
Comprender mejor la forma en que se debe actuar ante las diferentes situaciones, conocer las propias debilidades y reconocer los valores personales que tenemos, aprender a respetarnos a nosotros mismos y a los demás son virtudes que necesariamente han de enseñarnos nuestros padres.
Por eso, padres y madres de hoy, enseñemos a nuestros hijos a diferenciar entre lo realmente necesario y los caprichos superficiales; a distinguir entre lo que es razonable y lo que es inmoderado; a dominar la parte irracional de las persona; a ejercitar el autodominio y conseguir la superación.
Enseñemos con el ejemplo a nuestros hijos para que aprendan desde pequeños a moderarse en los excesos: evitando el exceso de comodidades en la vida cotidiana, moderando el vocabulario y suprimiendo palabras malsonantes.
Enseñemos a nuestros hijos a ser dueños de los propios actos y a que actúen en concordancia con lo que se dice, se piensa y se hace.
No aceptemos justificaciones o pretextos inadecuados para cumplir con sus obligaciones o responsabilidades y ayudémosles a vencer la ira y soportar con serenidad las molestias ajenas desde la mas tierna infancia.
Todo ello se aprende en la familia. Por ello, apoyemos a las familias y hagámoslas fuertes para que nuestra sociedad sea invencible.