Es necesario alejarse de las preocupaciones del día a día, de la actualidad política y social, para poder determinar cuál es el problema que está en la raíz de todo lo que nos está pasando.
En un primer análisis, lo que parece claro es que existen, al menos, dos maneras contrapuestas de ver la realidad. Una y otra vez chocan la una contra la otra y se busca, también una y otra vez, un consenso que no es posible en su raíz. Una visión carece de raíces y focaliza la atención en lo de hoy, en lo visible, en lo material. La otra hunde sus raíces en al Ley Natural, en la realidad de las cosas y trata de obrar según la razón intentando no violentar esa Ley.
A pesar de lo anterior, creemos que puede haber un punto de encuentro, siquiera parcial, para poder humanizar otra vez la sociedad. Ese punto de encuentro, si hay buena voluntad entre las partes, podría ser la dignidad de la persona.
Importante concepto que todo el mundo intuye pero que es muy difícil de definir porque no se explica por sí mismo, y, por tanto, hay que defenderlo constantemente; tampoco se fundamenta en sí mismo, y por ello es tan fácil relativizarlo. Si decimos que una persona tiene una dignidad absoluta (si no fuera absoluta el término no significaría nada) estamos queriendo decir que la persona, vida humana, tiene una importancia incondicional. Pero la importancia es algo que se tiene ante alguien o para alguien, y no como una propiedad genérica del ser humano, sino como una propiedad concreta de cada persona.
Si convenimos en esa importancia incondicional, quizá pueda avanzarse en lo que es bueno o no para la persona. Quizá podemos llegar a que cada persona es única e irrepetible, dotada de libertad y protagonista de su propia vida, … y que le importa a alguien por sí misma, por el mero hecho de existir.
Si hacemos esta reflexión sobre la dignidad de la persona y la aplicamos a los problemas concretos que nos encontramos día a día, pudiera ser que tuvieran mejores soluciones que las que estamos dando. En el caso concreto de la eutanasia, por ejemplo, el descubrimiento de la importancia absoluta de esa persona que sufre, ante alguien o para alguien, nos llevaría a intentar paliar su dolor y no a su destrucción que es precisamente la negación total de esa dignidad.
Es difícil, lo sabemos, pero hay que intentar descubrir y aplicar esa dignidad en los demás.