La recién publicada Memoria Anual de la Fiscalía sobre el año judicial 2018 hace hincapié en lo que, a su propio juicio, ha descrito como “realidad preocupante e inquietante”: el significativo aumento de los delitos de índole intrafamiliar y sexual cometidos por menores de edad.
Cierto que preocupa e inquieta, pero lamentablemente no sorprende. Igual que tampoco sorprende la caída en picado del número de nacimientos y del número de matrimonios. Seguimos siendo testigos de una inactividad pasmosa en cuanto a medidas concretas de fortalecimiento, defensa y promoción de la institución familiar. Inactividad que explica inevitablemente las terribles consecuencias que los datos evidencian año tras año.
Es paradójico que cuanto más aumentan las leyes y programas que supuestamente tratan de combatir la violencia sexual o la violencia familiar, que supuestamente fomentan planes de “educación afectivo-sexual” desde el enfoque de género, más aumentan los casos que pretenden erradicar. Seguimos poniendo tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias.
Es urgente -lleva siéndolo años- trabajar por reforzar la familia. Ayudar a la consecución de familias fuertes, que hagan hogar, que dialoguen, que eduquen a sus hijos en valores, en afectividad y sexualidad, con tiempo que dedicarles a ellos y a sus cónyuges. En sentido contrario, es urgente abandonar la deriva de tantos años de minar a la familia, de entrometerse en la educación de los hijos, de fomentar la dejación del deber que corresponde a los padres en manos de escuelas, supuestos “expertos” y, cada vez más, las pantallas.
No es casual, a la luz de los datos de la Fiscalía, la correlación entre el aumento y adelanto de la edad de acceso al consumo de pornografía y el aumento de conductas que reproducen en la realidad lo que se “aprende” en los vídeos online. La pornografía, aun siendo radicalmente lo contrario, es considerada por muchísimos de nuestros jóvenes como un agente educador sexual, y no le estamos dando a este asunto la relevancia que merece. En muchos estados de EE. UU. ya se ha elevado a una cuestión de salud pública, mientras que aquí se prefiere mirar hacia otro lado.
Hace falta redescubrir todos los beneficios del impacto social de las familias cohesionadas y estables, ya que de esa manera atajaremos muchos de los problemas que tanto el INE como la Fiscalía nos arrojan cada año que seguimos sin hacerlo. Siempre será un buen momento para empezar a trabajar por la Familia. Y siempre traerá consecuencias positivas para el conjunto de la sociedad.