La propaganda ideológica siempre ha tenido como característica principal la manipulación del lenguaje. Podríamos establecer cuatro fases en el proceso de fabricación de un nuevo idioma ideológico. La primera consistiría en vaciar de contenido los términos utilizados para expresar las realidades que supongan un obstáculo para la ideología en cuestión. La segunda fase implicaría la sustitución de esos términos por otros más genéricos asociados a elementos positivos, sujetos a múltiples interpretaciones. La siguiente, la invención de nuevas palabras para asociarlas a los nuevos ejemplos fácticos de los postulados ideológicos. En cuarto y último lugar, en el caso de que dicha ideología fuese asumida por poderes públicos, nos encontraríamos con la fase de imposición a la sociedad del nuevo lenguaje.
Pongamos ejemplos de actualidad para ilustrar cada una de las fases anteriores, al hilo del lenguaje “inclusivo”, promovido por los impulsores de la ideología de género y que ha dado de bruces contra la Real Academia Española.
En lo relativo a la primera fase –vaciar de contenido lo que moleste a la ideología- vemos por ejemplo cómo palabras como “matrimonio” o “familia”, comúnmente asociadas a unión entre hombre y mujer (la primera) y a esa unión junto con sus hijos (la segunda) se han vaciado de ese contenido, fruto de la presión de lobbies ideológicos.
La incorporación de esas realidades a otros términos que los sustituyen, más genéricos y asociados a elementos positivos, lo vemos en ejemplos como “diversidad”, “pluralidad”, “igualdad”, etc. Siempre “nuevos valores” que a priori puedan ser comúnmente aceptados y bien acogidos, y que a la vez permitan etiquetar a quien discrepe como discriminador.
Miembras, portavozas…
En la fase de invención podemos traer palabras como “miembras”, “monomarental”, “lgtbifobia”, y demás vocabulario extraoficial y patadas al diccionario que se nos puedan ocurrir.
Y llegamos a la fase de imposición. Tenemos ya en trece Comunidades Autónomas leyes identitarias de género que asumen e imponen este nuevo idioma a sus ciudadanos. Y en algunas de ellas, por si no fuese bastante, hasta nos obsequian con manuales de lenguaje para que así no se nos escape ningún término ideológico. Para que, por ignorancia, no vayamos a ser etiquetados como “loqueseáfobos”.
Gracias, Gobierno de Aragón, por sugerirnos que en vez de “niño” digamos “criatura”, y gracias, Junta de Andalucía, por considerarnos a los padres “guardadores”, tal y como está recogido en documentación administrativa.
Gracias, pero no. El lenguaje es el vehículo para exteriorizar lo que pensamos. Por eso, si queréis cambiar nuestra forma de hablar, queréis cambiar nuestra forma de pensar. Hablad como queráis con vuestros amigos del bar, pero dejadnos tranquilos. Por mucho empeño que le pongáis, no nos convertiremos en guardadores de nuestras criaturas: seguiremos siendo los padres de nuestros hijos.
Javier Rodríguez
Director del Foro de la Familia